Isaías 25,6-10a; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6; Mateo 15, 29-37

Muchos días tengo que comer solo y cocinar sólo para mí. Cuando esto pasa con frecuencia, uno empieza a tener el complejo del dichoso perrito de Paulov. Se come para saciar a los malditos jugos gástricos que pasan factura hacia el mediodía y se tarda más en fregar un plato que en vaciarlo.
Me da envidia la gente que disfruta comiendo. Son capaces de pasarse horas en la cocina para saciar el hambre o de hacerse unos cuantos kilómetros para degustar la fabada de la abuela. Esos momentos justo antes de comer, en que se colocan la servilleta, miran con ojos codiciosos el plato y se acercan la cuchara humeante a la boca, lo que les provoca una sonrisa de satisfacción plena.
A mí, sin embargo, cuando como solo, me vienen las imágenes de un documental sobre el aparato digestivo, en que se muestra con toda su crudeza a los dientes desgarrando la comida, al estómago como un pequeño contenedor de productos tóxicos y el resto del azaroso camino del solomillo que ha cambiado su nombre por bolo alimenticio.
A veces pienso que no seré capaz de disfrutar de la vida eterna, el banquete celestial. “Aquel día, el Señor de los ejércitos, preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos.”, seguro que dará vueltas por allí el temido solomillo.
No quiero imaginarme a Cristo como un camarero o el cielo como un concurso- cata de vinos. La segunda venida de Cristo no puede ser esperar un catering o el comedor del colegio de aprendices de magos de Harry Potter. A veces me da por imaginar que cuando Cristo da de comer a una multitud les invita a un bocadillo de caballa. ¿Por qué no? Lo mejor del cielo no será qué nos van a dar, si no con quién estamos, “Y arrancará en ese monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones”. Veremos a Cristo, tal cual es, a Santa María nuestra Madre, a los santos, a los que han sido fieles, a los que Dios ama.
Si no piensas en la compañía acabarás haciendo del cielo un documental de National Geographic. No tengas ganas de “salvarte”, así, a secas, eso sería comer para saciar el hambre, dedicar a tu vida espiritual el tiempo justo para que no te molesten los jugos gástricos, incluso quedarte algún día sin comer “que tampoco pasa nada, tengo reservas”. Ten ganas de estar con Cristo, de saludar a la Virgen, de disfrutar de la compañía de los santos, de habitar en la casa del Señor por años sin término, entonces dirás de verdad “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvará; celebremos y gocemos su salvación”. Y Dios no te dará un bocadillo de sardinas, se da Él mismo, que no se deja ganar en generosidad.