Isaías 30Y 19-21. 23-26; Sal 146, 1-2. 3-4. 5-6 ; Mateo 9, 35-10, 1. 6-8

Así gritó un niño en el metro el otro día. El padre venía de recoger a los niños del colegio o de la guardería (que nombre tan feo, suena a trastero). Logró sentarse y sujetar a la niña más pequeña entre sus brazos mientras recibía mas patadas que Beckham. La otra criaturita, un niño de unos cinco años, se tiró en el suelo con una revista de juguetes de algún centro comercial. Señalaba frenéticamente las fotografías de uno y otro juguete y para llamar la atención de su padre (que intentaba escupir de su boca el puño de la niña pequeña) gritó por encima del traqueteo del vagón y levantando la revista: ¡¡¡Lo quiero, y lo quiero ya!!!.
El profeta Isaías nos está presentando en estos días de adviento el Reino de Dios. Leyendo la primera lectura dan ganas de gritarle a Dios Padre como el niño caprichoso: ¡¡¡Lo quiero, y lo quiero ya!!!. “Tus ojos verán a tu Maestro” “Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: ”. ¡Qué gozada!. No es malo que tengas ganas de Dios, que desees encontrarte con Él de todo corazón, que dejes que “vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe”. No sólo no es malo es muy bueno y deseable, pero (siempre hay un pero, caramba) no puedes desearlo solo. Si miras con los ojos de Jesús te compadecerás de tantas personas que están “extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor”. Hemos sido comprados a gran precio, la sangre de Cristo en la cruz, y muchos no se han enterado.
El niño caprichoso tendrá que esperar al día de Reyes. Su padre trabajará y se privará de algunos caprichos personales para que su hijo tenga lo que desea, mientras él tal vez nunca se lo agradezca ni se de cuenta, pero la alegría del niño pagará su esfuerzo. Tú y yo no podemos ser niños caprichosos. Vamos a cooperar con nuestro Padre Dios para que todos esperen ansiosos el día del Reino de Dios. Cada momento de oración, cada trabajo ofrecido, cada negación al pecado, cada sacrificio- grande o pequeño- hecho por amor, son tu aportación al regalo que Dios da a toda la humanidad.
¡¡¡Lo quiero, y lo quiero ya!!!. Su madre al llegar a casa le consolará, le hará esperar con alegría el día de Reyes. Nuestra madre del cielo también te dirá ya al oído del corazón: “Sé que lo quieres, pero espera. Sé que lo ansías, pero anúncialo a los otros. Sé que lo deseas, pero haz que los demás lo deseen. Sé que quieres estar conmigo y mi Hijo, y yo quiero que estén todos. No te calles, proclámalo, especialmente a los que no esperan nada de Dios”.