jueces 13, 2-7. 24-25a; Sal 70, 3-4a. 5-6ab. 16-17; san Lucas 1, 5-25

Las lecturas de hoy nos hablan de mujeres estériles, Manoj e Isabel, que son bendecidas por Dios engendrando cada una de ellas un hijo Sansón y Juan, que se entregarán al servicio del Señor. No deja de ser curioso: en la antigüedad la esterilidad se concebía como una maldición de Dios, hoy en día parece que la maldición de Dios son los hijos. Siempre me han llamado la atención las conversaciones de novios o parejas jóvenes cuando se plantean el número de hijos- suele ser par y no llegar a cuatro-, y cuál va a ser su futuro: su posición en la sociedad, sus estudios, su salida laboral…, como si fuese una inversión a medio o largo plazo. Cuando pasa el tiempo y nace su primer hijo lo habitual es el asombro (ninguna letra del tesoro maravilla tanto) y el sentimiento de responsabilidad. Cuando lo mecen entre sus brazos se dan cuenta que es alguien distinto, autónomo, libre, con futuro distinto, pero inseparable, al suyo. Cuando se sujeta a un niño entre los brazos se percata uno de que realmente es una bendición de Dios; qué distinto a cuando es sólo una idea, una hipótesis, una posibilidad dependiendo del tamaño de nuestra cartera, entonces, naturalmente pierde el encanto y, en vez de una criatura, se imagina uno a una hucha de esas de cerdito pero que nunca podremos abrir.Manoj e Isabel recibieron la bendición de Dios y cambiaron la suerte de su pueblo. No se te olvide que seguimos acompañando a Santa María y a San José. María la embarazada en la expectación del parto que siente moverse en sus entrañas a la vida, a la Palabra de Dios hecha carne, a Aquél que cambiaría la suerte de toda la humanidad, anterior y posterior a Él, pues abriría a todos los hombres la puerta de la Vida.Pon tu mano sobre el vientre de María como haría San José y, con dulzura, mientras el Niño-Dios va abriéndose camino al mundo, medita en la generosidad de la Virgen, la entrega de San José, el silencio cómplice de ambos que- con asombro- eran testigos principales del plan de salvación de Dios. Ningún otro acto será tan importante en la historia de la humanidad pero, medita también en silencio, cada una de tus decisiones y de tus obras: pueden ser fecundas o estériles, pueden acercar el Reino de Dios a los hombres o retrasar su venida, pueden ser fuente de vida o de muerte o de nada.