Hechos de los apóstoles 6, 8-10; 7, 54-60; Sal 30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16bc-17 ; San Mateo 10, 17-22

Al día siguiente de la Solemnidad de la Navidad, la Iglesia nos recuerda a San Esteban, y enseguida nos dice sus “apellidos”: diácono y protomártir. ¿Quiénes eran los diáconos? Aquellos cristianos que, al ir creciendo la Iglesia, ayudaban a los apóstoles a realizar determinadas tareas: llevar la comunión a los enfermos, atender a las viudas, hacer las colectas, etc, para ser así más eficaces en el ministerio que les había encomendado el Señor. Protomártir es el otro “apellido” de Esteban, y junta dos palabras griegas de hondo calado: “protos”, que significa primero y “mártir”, que significa testigo. El primero de los que dio testimonio de Cristo con su sangre.

“Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios”. Aún tenemos en nuestras retinas la figura del Niño Dios acurrucado en el Pesebre, y a María y José velando su sueño o sus lloros. También nos ha emocionado ver a esos sencillos pastores acercarse al Portal, y dejar sus ofrendas y presentes a los pies de la cuna. ¡Qué dicha el ser testigos de un Dios hecho carne!… lo que generaciones anteriores desearon ver y no pudieron, lo que profetas durante siglos anunciaron… Sin embargo, existen otras formas de ver a Dios, y así lo hizo San Esteban. En el momento en que iba a ser lapidado vio, no sólo una figura, sino la misma gloria de Dios. Éste es el premio que se da a los testigos de Cristo, a los que derramaron su sangre por confesar su nombre.

“A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás”. De esta manera se abandona el salmista en la voluntad divina. De esta manera también deberíamos confiar plenamente en los planes que Dios tiene sobre cada uno de nosotros. Igual que San Esteban confió su destino en la Resurrección de Cristo, nosotros sabemos que pocas cosas en este mundo nos han de amedrentar. Únicamente el pecado nos puede confundir y entristecer, pero aún así sabemos que contamos con la gracia de la reconciliación, y que Dios nos concede en el sacramento de la Penitencia. ¡Qué más podemos pedir!

“Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. Efectivamente, hay muchas situaciones que se nos presentan y que nos agobian, que pueden quitarnos la tranquilidad interior: incomprensiones, injurias, malentendidos, difamaciones… pero Jesús es categórico: si somos fieles, el Espíritu Santo actuará y vendrá la paz. Mira al Portal, mira a Jesús, conviértete en testigo, y notarás que el Príncipe de la paz te devuelve la paz. La misma paz que en la Nochebuena proclamaba el ángel a los pastores, esa paz que surge al adentramos en la oración y contemplar a Dios en lo más humilde…, esa misma paz que el mundo nunca podrá dar hasta que reconozca a Cristo como su Señor y Rey… Aprenderás también a mirar con más simpatía a Esteban, porque aprenderás de él a ser mártir y ver la gloria de Dios donde otros ven amargura.