San Juan 2, 18-21; Sal 95, 1-2. 11-12. 13-14; San Juan 1, 1-18

“Hijos míos, es el momento final”. Estas palabras del apóstol San Juan no aluden precisamente a la llegada del fin de año en la que nos encontramos. El evangelista se refiere, más bien, a un personaje en nada mencionado por nuestra sociedad moderna, que cree superados toda una serie de tabúes y mitos del pasado. Así pues, perdonadme que en este día, lleno de burbujas de champán, turrones y uvas contadas, toque de soslayo la figura del demonio.

“Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad”. Siempre se ha dicho que el diablo es el príncipe de la mentira y el engaño. También los últimos papas nos han recordado que uno de los triunfos del demonio es precisamente hacer pensar que no existe o, lo que es lo mismo, el olvido del sentido del pecado incitado por él. No se trata de ponernos melodramáticos, ni de incurrir en fatalismos; simplemente, se trata de invitarte a que en este día tan significativo del fin de año hagas examen de conciencia. ¡Seamos realistas!… En cualquier empresa, que se digne ser medianamente seria, el concepto de “balance” es algo necesario para situarse al término de un ejercicio económico; es importante comprobar los “pros” y los “contras”, los beneficios y las pérdidas que se han obtenido y, así, reajustarse de cara al próximo curso. Mucho más importante, como podemos suponer, es hacer balance de nuestra alma y, como nos recuerda San Juan, ya que conocemos la verdad, ésta, ayudada por la gracia, ha de ser la medida de nuestras acciones pasadas y el fundamento de las futuras.

“Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria”. Éste es el grito de los que sabemos que Cristo, con su nacimiento, muerte y resurrección, ha vencido al demonio y al pecado. Ésta es, en definitiva, la suerte que corremos los hijos de Dios que, dando el adiós al año que acaba, somos capaces de entonar un “Te Deum” en acción de gracias por los beneficios obtenidos, a la vez que pedimos perdón por nuestras infidelidades pasadas, pero con el firme propósito (aunque sea uno pequeño), de cambiar para el año entrante.

“A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. El Niño del Pesebre nos enseña, una vez más, que Dios se nos muestra en lo más humilde y sencillo del corazón del hombre… que la fidelidad nuestra consiste en permanecer, junto a aquellos pobres pastores de Belén, en actitud de contemplación y adoración…, aunque no comprendamos ni entendamos nada. Lo importante es permanecer. ¡He aquí el secreto de la perseverancia!

“La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”¿Crees acaso que puede hacer algo el demonio frente a tanta debilidad aparente que pueda haber en el Portal de Belén? Ese esplendor no lo puede soportar el que anda en tinieblas. Así pues, estar junto a luz es seguir estando en gracia de Dios que, en definitiva, es lo único que nos importa… ¡Ah!, ¡feliz año 2004!, y que el Niño Dios os bendiga y acompañe siempre.