Samuel. 11, 1-4a. 5-10a. 13-17; Sal 50, 3-4. 5-6a. 6bc-7. 10-11; San Marcos 4, 26-34

Me resistía a escribir sobre Beckham y compañeros mártires, pero la actualidad manda, según una reciente encuesta entre 2.500 jóvenes de entre 16 y 24 años, sobre las personas más admiradas de la historia los tres primeros puestos fueron para Beckham el actor Brad Pitt y la estrella del pop Justin Timberlake. Jesucristo ocupa el puesto 123, junto al presidente Bush. El responsable de la encuesta ha declarado que “es un poco deprimente”, ciertamente no le falta razón y habría que suspender laboralmente a todos los profesores de historia del Reino Unido (lugar donde se ha hecho la encuesta), mandar a unos buenos ejercicios espirituales a todos los cristianos del entorno y hacer una campaña publicitaria para anunciar a los jóvenes del lugar que la historia es algo más que los últimos diez años.
El mundo dominado por la imagen hace que nuestra casa sea una inmensa azotea desde la cual, como David el rey, vemos bañándose con una belleza deslumbrante a todos los personajes y personajillos de la actualidad y nuestro corazón se va detrás de ellos, aunque haya que mandar nuestra dignidad de personas y de hijos de Dios a primera línea de fuego para que muera junto con Urias, el hitita.
Es curioso, ante la belleza de Betsabé, David se olvida de las palabras que ayer oíamos de sus labios: “¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí?” , y le puede la pasión, se olvida del don recibido y se convierte en señor de la vida y de la muerte para cumplir sus caprichos. Beckham y el resto de los famosos presentan una imagen de inmediatez, de cumplir sus caprichos haciendo lo que les gusta. No aparecen en televisión los momentos en que no le apetece ir a entrenar, los tirones o las agujetas, los fracasos de un partido, las humillaciones de los compañeros, las luchas encarnecidas en casa, los momentos de tensión con los hijos, el tener la vida tasada (aunque sea en muchos millones de euros), es decir, todo lo que se hace una vida “normal” y que no desaparece por dar un buen perfil en televisión. Parecería que no ha tenido que luchar en la vida y por lo tanto no se admira a la persona, sino la comodidad, el buen vivir, lo inmediato.
“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra”, en esto no hay inmediatez, parece ineficaz sembrar un campo y verlo al día siguiente tan yermo y agostado como el día anterior. Quisiera el sembrador que las semillas creciesen de un día para otro, comprar un día la semilla y vender al día siguiente el grano, pero eso no se consigue ni con los transgénicos.
Admira la paciencia de Dios, no te dejes deslumbrar por el vacío de la belleza de Betsabé, de la parcialidad de la vida de los famosos, del “ahora mismo”, y descubre que lo realmente valioso es el amor permanente de Dios en tu vida, a pesar de tus pecados, de tus decepciones. La Virgen te enseñará a admirarte de las obras que Dios hace en ti, aunque no gane encuestas de popularidad.