Libro de los Reyes 8, 1-7. 9-13; Sal 131, 6-7. 8-10 ; San Marcos 6, 53-56

Acabo de volver de unos días de retiro. Me hacía falta (me hace falta todos los años, espero no estar mal hecho) y he disfrutado como un enano (no se a qué viene esa expresión, mis amigos bajitos disfrutan y sufren como todo hijo de Dios).
Cuando te planteas a principio de curso en qué fecha ir de curso de retiro parece que no hay días, siempre hay “imprevistos” previsibles, reuniones a las que no puedes faltar aunque no seas necesario, compromisos que no comprometen, etc., etc., y tiene uno la tentación de irlo retrasando “un poquito” hasta que pasa un año y vuelves a hacerte el mismo planteamiento. Volvemos a Adán y Eva, queremos ser como dioses y estar en todas partes, pero realmente hay que estar donde hay que estar que, a lo mejor, no es el sitio que nos parece más “urgente” aunque sea el más necesario.
Salomón piensa: “El Señor quiere habitar en las tinieblas; y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre.” ¡Qué pretencioso es Salomón!, se ve que se le dio la sabiduría pero la humildad la olvidó por el camino. De la casa de cedro que le iba a construir su padre David al Señor él ha hecho un palacio que deslumbrará a la reina de Saba, pero Dios no necesita de ese templo, no le es necesario.
Durante cinco días no he tenido noticias de la parroquia, ni de mi familia (gracias a Dios, la ausencia de noticias son buenas noticias), no he leído un periódico ni escuchado la radio. Sí, he visto la televisión – qué remedio, estaba en el salón de la casa- pero nunca encendida. A la vuelta me encuentro con que no ha pasado nada que no hubiera pasado si yo hubiera estado. La fecha que me parecía tan difícil de fijar ahora se demuestra que no era tan complicado ponerla en estos momentos: podría haber estado fuera otros cinco días sin que fuese necesario o urgente mi presencia porque el mundo no hubiera cambiado si yo hubiera estado sentado en el despacho parroquial. Somos tan “necesarios” como el templo de Salomón, “un sitio donde vivas para siempre” y del que unos años después no queda piedra sobre piedra. Sin embargo para cada uno de nosotros sí es necesario el Señor, nosotros somos su verdadero templo pues la segunda persona de la Santísima Trinidad quiso hacerse hombre y por esto Jesús no se cansa de atender a todos “en la aldea o pueblo o caserío donde llegaba” pues él mantiene en pie nuestra vida. Si no pasas la I.T.E. (Inspección Técnica de Edificios) de tu alma empezarás a resquebrajarte, aparecerá una pequeña grieta, una piedrecilla que se desprende, una tubería que se atasca y tu vida que es “templo del Espíritu Santo” acabará como el templo de Salomón, no quedará piedra sobre piedra.
A lo mejor (a lo peor) un día te levantas y encuentras que tu vida no tiene sentido y no descubres a Jesucristo en tu interior (no es un caso raro, conozco a muchos) y te preguntarás “¿Por qué?, si he gastado mi vida trabajando…”, pero has trabajado para ti- aunque sea en nombre de Dios-, y no has estado donde tenías que estar, no has bebido donde tenías que beber, te has cansado mucho pero en balde.
María no dejará que eso ocurra. Trátala de cerca y verás que te indica dónde está la mansión del Señor. ¿Vas a dejar este año también el irte de retiro para mejor ocasión?