Hechos de los apóstoles 13, 46-49; Sal 116, 1. 2 ; San Lucas 10, 1-9

“Noches alegres, mañanas tristes; borracho mío…¿dónde estuviste?.” Cada vez más personas los domingos por la mañana (o lo que ellos llaman “por la mañana” ,es decir, hacia las dos del mediodía), mascan en su boca la reseca, el resultado de ese “planazo” propuesto el día anterior y que, casualmente, era el mismo de todos los fines de semana, que dejará huellas en sus neuronas y en su hígado, pero no en su corazón. Buscar la alegría parece difícil, siempre va unida al miedo a que se acabe (“poco dura la alegría en casa del pobre”, por seguir con los dichos), a que la alegría sea un momento y que la época de prueba dure bastante más. Por eso se nos proponen alegrías momentáneas, una tras otra, esperando que no se acaben o, por lo menos, que nos hagan más corta la espera entre un momento placentero y otro, entre una copa y otra, una pastilla y otra, un “rollete” y otro. Hay que “vivir el momento”, “Carpe Diem” que nos grita el “Club de los poetas muertos” y un montón de películas en que se exalta el hacer lo quieras, cuando quieras, pero sin consecuencias posteriores, y que además llenan la vida de “no momentos” pues parece que es imposible “vivir intensamente” la rutina del trabajo, el estudio, los ratos con la familia…, y esos ratos se convierten en “no momentos”.
El “Carpe Diem” del rey David fue Betsabé, aprovechó “tanto” el momento que tuvo un hijo pero ¡a qué precio!, al precio de mandar matar a Urias, al precio de la muerte posterior de su hijo, al precio de perder su relación de amistad con Dios que le había designado rey de Israel. Visto desde fuera parece una barbaridad y alguno exclamará ¡Qué Dios tan cruel!, como David exclamó: “¡Vive Dios, que el que ha hecho esto es reo de muerte!” pero al comprender su pecado sólo le queda buscar la misericordia de Dios, tener ante Dios “un corazón puro”, pues comprende que ese “momento” de su vida con Betsabé no es un hecho aislado, David no tenía “no momentos”, toda su vida era delante de Dios que lo había elegido, lo había ungido y le mantenía en su presencia. Por un instante de placer, de falsa felicidad, sufrió la amargura. Sólo él y Natán comprendieron la profundidad de su pecado y, por seguir con los dichos, “en el pecado llevó la penitencia”.
A nosotros nos toca aprovechar el momento, cada momento, como si fuera el último pero sabiendo que en nuestra vida no hay “no momentos”. Cada cosa que hagas, la más espectacular o la más rutinaria, la haces en la presencia de tu Padre Dios que te quiere en cada instante, que ama – como los padres que miran embelesados los primeros pasos de sus hijos- cada uno de tus pensamientos , de tus acciones, de tus sentimientos.
Te parecerá que esto no es posible, que Dios no puede comprender el ajetreo de tu vida diaria, que estás en medio de un mar proceloso, de una tormenta en la que es imposible encontrarte con Dios, pero escúchale en el fondo de tu alma, el Señor dirá a tanta actividad desordenada: “Silencio, cállate!” y te vendrá una gran calma pues estarás con Jesús, como lo estuvo María, como lo han estado los santos.