Isaías 58, 1-9a; Sal 50, 3-4. 5-6a. 18-19; san Mateo 9, 14-15

“Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés”. Duras palabras las del profeta Isaías, indignado ante el comportamiento de sus contemporáneos, con todo lo que se refería a cumplir la Ley de Dios. Sin embargo, esta misma tentación la podemos sufrir cada uno. No es otra cosa, sino quedarnos en lo meramente formal. Y es que pensar en una “política de mínimos”, es algo asequible a cualquiera. De esta manera, el “cumplir” para “mentir” no parece que sea la fórmula adecuada del “cumplimiento”. De hecho, todos tenemos experiencia del sabor “agridulce” que hemos de soportar cuando hemos encomendado algo que era importante para nosotros y las personas a quienes se lo hemos pedido, simplemente, se han conformado con realizar el mínimo establecido… ¡Qué lejos esta actitud de aquellos enamorados que, lejos de evadirse de sus responsabilidades, buscan la manera y la forma de que “al otro” no le falte nada!; y, aún más, que el sobrepasarse en “detalles” de cariño no supone ningún esfuerzo añadido, ¡todo lo contrario! En definitiva, qué hermoso resulta “gastarse” por amor.

Resulta además esclarecedora y gratificante, la comparación que pone el propio Jesús a la hora de hablar del ayuno: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”. Estoy convencido de que el Señor pensaba en Isaías al ver la actitud de aquellos fariseos que, una vez más, querían ponerlo a prueba. Hablar en términos tan humanos como puede ser el de un banquete de bodas, nos sitúa ante la perspectiva de un Dios que no quiere que nada de lo que asume en su propia carne desmerezca. Por el contrario, Jesús se encuentra como “en su salsa” en el momento de acudir a ejemplos o parábolas tomadas de lo más común y ordinario de la vida. Es como si nos estuviera diciendo: ¡Hay que ver lo bien que ha hecho las cosas mi Padre! Y es que Jesús no era, ni por asomo un “puritano”.

Así pues, tú y yo que amamos a Dios (o, por lo menos, lo intentamos), y sabemos que el amor humano nos lleva inexorablemente a pensar en Él como referente, entendemos también el ayuno y la abstinencia, no como una receta o fórmula para ser mejores, sino que nos lleva a convertirlo en verdadero memorial del tiempo que pasó Jesús en la tierra (que es, en definitiva, el amor de nuestros amores). ¿Cuál ha de ser nuestro talante, por tanto?; creo que el salmista lo dice claramente: “Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias”. Ningún sacrificio satisface a Dios, si antes no va precedido por un verdadero reconocimiento de lo que somos. Volvemos a repetir de que no se trata de formular o encontrar “la manera” de hacer las cosas, sino que, desde lo más íntimo de nosotros, vivir con esa rectitud de intención de poner lo mejor de nosotros en lo que hacemos, en lo que pensamos y en lo que decimos.

¡Alá es grande!, decía un amigo mío. Y es cierto, Dios es mucho mayor que nuestras miserias o nuestros desconciertos. Recuerda que cuando un cristiano pone por obra la profecía de Jesús (“Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”), entonces las prisiones, los cerrojos, los cepos… y todo aquello que oprime al ser humano, adquiere el verdadero sentido de la justicia; porque no son los hombres los que nos darán la libertad, sino Dios mismo el que nos responderá, y podremos decirle: “Aquí estoy, Señor”. ¿No crees que ésta es la mejor “fórmula” (ya que sigues empeñado en obtener recetas), para “partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne”.