Jeremías 18, 18-20; Sal 30, 5-6. 14. 15-16; san Mateo 20, 17-28

Nuestra ración de humillación diaria (¿A qué sienta bien? es como un poquito de sal en la comida). Mi historia con los coches es compleja, parece que al llegar a los 100.000 Km. se hartan de mí y deciden quemarse, estrellarse o jubilarse (espero que el de ahora me sea más fiel). Una vez, entre coche y coche, me regalaron uno de segunda (o decimoquinta) mano. Era un Renault 5 amarillo que conseguimos que arrancase sin llave (que había desaparecido) a base de apretar una serie de botones que instalamos en el salpicadero, las ventanillas bajaban bien, pero no subían y, además de una serie de curiosos ruidos, que jamás pensé que podía hacer un coche, cada día que pasaba se parecía más al troncomóvil de los Picapiedra pues la chapa del suelo, completamente oxidada, se iba cayendo, lo que facilitaba frenar con el pie y perder un pasajero del asiento trasero. Había que arreglarlo, así que fui a ver a mi amigo “Pepe, el Chapas” que tenía un taller de chapa y pintura. Yo le había visto cortar la chapa de una puerta de un coche con las tijeras como si fuese un recortable de papel de una revista infantil y luego unos cuantos golpes, algún remache, un poco de soldadura y el coche como nuevo. Como lo veía tan sencillo (y yo tengo más estudios que Pepe, por supuesto) me ofrecí a ayudar en el arreglo del suelo de mi coche, ya que no me iba a cobrar sería lo menos que podía hacer. Ni corto ni perezoso me dio un “mono” del taller, pegó cuatro martillazos a una puerta vieja de un coche que dejó completamente plana, me dio las tijeras de cortar chapa y me dijo: “Corta un cuadrado de este tamaño”. Tan feliz, agarré las tijeras y empecé a cortar, era sencillo. Cuando llevaba 25 centímetros de chapa cortada no sentía los dedos, me dolían los antebrazos, sudaba como un cochinillo y pensé que acabaría de cortar cuando hubieran pasado entre cinco a seis años. Pepe me miró, me apartó y en veinte segundos cortó la pieza que era necesaria.
“Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?” y como yo, el tonto de la chapa, contestaron los Zebedeos: “lo somos”. Nunca te creas “capacitado” para seguir a Cristo, nunca pienses que “ya lo has conseguido”: si no es por la Gracia de Dios no valemos para nada, y menos para cortar chapa. Cuando pienses que todo está conseguido te pasará como a Jeremías: “¿Es que se paga el bien con el mal, que han cavado una fosa para mí?” , si sólo confías en tus fuerzas te desesperarás, hasta que grites ¡”Señor, sálvame por tu misericordia, que yo confío en ti”!. “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos”, desde fuera puede parecer sencillo, estamos tan acostumbrados a ver cruces que ya no nos llama la atención; pero ponte el “mono” de trabajo, deja que Cristo vea que te esfuerzas y que te pones a servir, y entonces te empujará con cariño y hará el “trabajo” que para ti era imposible, pero no para Él.
“No sabéis lo que pedís”, María, madre mía, ayúdame a entenderlo y a darme cuenta que si estoy al pie de la cruz es por Él, no por mí.