Isaías 65, 17-21; Sal 29, 2 y 4. 5-6. 11-12a y 13b ; san Juan 4, 43-54

Doce jóvenes de mi parroquia formaron hace casi un año un grupo de teatro que bauticé con el nombre de H.L.Q.P. (siglas de Hacemos Lo Que Podemos), nombre con el que se han quedado. Después de unos cuantos meses de ensayos más o menos provechosos, de enfados, mosqueos y demás, hace un mes representaron la obra “Al final de la cuerda”, de Alfonso Paso. Cuando veía el último ensayo pensé que no estrenarían la semana siguiente: Los movimientos en el escenario eran torpes, casi siempre daban la espalda al público (respetable, desde luego), se olvidaban el papel e incluso eran incapaces de olvidarlo, pues nunca se lo habían aprendido completamente. Llegó el gran día, el salón de la parroquia rebosaba con 150 espectadores y algunos de pie junto a la pared, los actores y actrices se habían puesto los disfraces por primera vez, las maquilladoras y peluqueras hacían maravillas. A petición de los propios representantes rezamos un avemaría y pasados unos pocos minutos se levantó el telón. Aparecieron las dos primeras actrices en escena y comenzó la obra. Lloré de risa, cada uno estaba en su papel, cuando tuvieron que improvisar lo hicieron con gracia y soltura, los gestos y la entonación eran los precisos y expresivos, el público se metió en la obra y avisaba a los actores de lo que sucedía a sus espaldas cada vez que aparecían moviendo un cadáver (era parte de la obra) de un lado a otro de la casa, rieron y aplaudieron a rabiar. Los integrantes de H.L.Q.P. disfrutaron y ya están ansiosos de preparar la siguiente obra y leerse “Los habitantes de la casa deshabitada” para empezar a aprendérsela.
“Como no veáis signos y prodigios, no creéis”. Parece que Jesús en Galilea no se sabe su papel, como los actores de la parroquia parece que no lo hace bien, porque aparentemente Jesús no es espectacular, no aprovecha el “tirón” de la gente, parece descolocado de su sitio y parece que, si sigue así, el día del estreno con público será un fracaso. Podía haber ido a casa del funcionario real –tal vez viviese en palacio, junto a Herodes que había oído hablar de Jesús y estaba esperando ver un milagro- haber impuesto las manos al niño tras elevar los ojos al cielo y cogiéndolo de la mano presentarlo ante la multitud que esperaría a la puerta y que le aclamaría como Mesías. Pero no, le basta con un simple: “Anda” dicho al funcionario real y que tal vez nadie más oyó. El funcionario se fió y el resultado, escondido a los ojos de las masas, fue el buscado, por eso, al ver tal maravilla, “creyó él con toda su familia”.
A veces nos pasa algo parecido al celebrar la Santa Misa, pensamos que la Palabra de Dios proclamada no es bastante, que las palabras “Esto es mi cuerpo” y “Este es el cáliz de mi sangre” van a ser poco efectivas, que, no impresionarán bastante, e inventamos. ¡Qué bonita eucaristía tuvimos en una convivencia!, me decía hace poco un joven, “hablamos todos, dimos nuestras opiniones, el prefacio y el canon de la Misa fue muy cercano (y muy inventado añado yo), fue entrañable, me llenó”. ¿Es entrañable estar en el calvario?, ¿Qué comentaríamos –tal vez como curiosos espectadores de la Pasión- a las palabras de Cristo en la cruz?. Dios no es “espectacular”, puede parecer que la obra de la salvación nunca va a llegar a estrenarse, que hace mal los gestos y que será un fracaso si no le enmendamos la plana. Pero la obra de la salvación se realiza en cada Misa que tiene cientos y miles de espectadores del cielo aunque sean pocos los de la tierra, y acaba siempre con una aclamación de admiración por el inmenso amor de Dios a los hombres. Santa María te acompaña en cada Misa, pídele que te ayude a estar mirando con toda la Iglesia a la cruz y no despistándote en invenciones absurdas.