Jeremías 11, 18-20; Sal 7, 2-3. 9bc-10. 11-12; san Juan 7, 40-53

Mientras escribo este comentario me estoy poniendo el termómetro, no estoy “muy católico”, pero tampoco tengo tiempo de ponerme enfermo, así que veremos qué pasa.
Es curioso, al menos en España, la cantidad de “médicos en potencia” que existen. Creo que en la mayoría de las casas existe una verdadera farmacopea que haría las envidias de más de un dispensario del Tercer Mundo y, además, todo el mundo sabe de medicina, todo el mundo ha estado enfermo de lo mismo que tú, todo el mundo conoce qué medicamento tomar y todo el mundo ha estado peor que el que tiene enfrente. Mucha gente se automedica y conocen más remedios a todos los posibles males que el farmacéutico, son como ratones de rebotica, “olisqueadores” de enfermedades, sabios de prospecto, su parque temático es la farmacia y su cuento preferido la enfermedad. Hace poco contaba un amigo que en su farmacia entró una mujer llorosa, otra señora le pregunta qué le pasaba y recibe la contestación: “Se ha muerto mi hija”. La otra ni corta ni perezosa le quitó la palabra de la boca y dijo: “¡Uy!, eso tiene que ser doloroso, pero no es nada comparado con mi lumbago, eso si que duele.”
“El Señor me instruyó y comprendí, me explicó lo que hacían”, ésa es la actitud del cristiano, dejarse instruir por Dios y su Iglesia. El que escucha a Cristo no es bueno que se “automedique”, siempre encontrará un bálsamo, una pomada, una pastilla o hasta un supositorio que le quite los síntomas de la fiebre, pero no la enfermedad. “¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él?” y cuando lo encuentran sacan la siguiente receta: “¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas.” Dejarse instruir es difícil, en el fondo a todos nos gustaría un Salvador mas “triunfante” según nuestros criterios, nos gustaría una vida más sencilla, más a nuestro gusto, al alcance de nuestra “rebotica” particular, sin tener que acudir al “médico de las almas” que tal vez nos diagnostique una enfermedad que no queremos tener pues es muy duro el tratamiento, pero es el único que sana, no se cura un cáncer con “Desenfriol”.
“Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, pruebas las entrañas y el corazón.” ¿Por qué tantos huyen de la Confesión sacramental de sus pecados? Porque no quieren reconocer su enfermedad, quieren ocultar su ceguera con la excusa de “ser un poco corto de vista”, su lepra con el convencimiento que es “un lunar algo grande”. Tú no seas así, deja que el Señor entre en tu vida hasta el fondo, que ausculte y descubra las raíces de tu pereza, de tu falta de entrega, de tu sensualidad, de lo encogido de tu caridad, de tantas justificaciones para tus pecados. No creas que tapando la realidad (“¿También vosotros os habéis dejado embaucar?”) se sana el pecado. Acude al único que conoce tu alma, “que salva a los rectos de corazón” y, aunque el remedio sea la entrega hasta la cruz, no tengas miedo, es la medicina que salva, que llena de vigor, que hace alegre la entrega y contenta el espíritu. El único “medicamento” en la rebotica de María es su Hijo, acude a Él y quedarás sano.
No parece que tenga fiebre, a trabajar.