Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117,1 y 14-15.16-18.19-21 ; san Marcos 16, 9-15

Sábado de la octava de Pascua, las lecturas no nos hablan de la Virgen, pero vamos a leerlas con ella, con sus ojos de madre.
María Magdalena “fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando”, pero… “no la creyeron.”
Los discípulos de Emaús “fueron a anunciárselo a los demás, pero no los creyeron.”
¿Dónde estaba la Virgen?. ¿Por qué no s e fiaron de ella?. Permitidme pensar con San Ignacio y tantos otros autores espirituales, que Jesús resucitado se apareció en primer lugar a su madre y sanó la herida, dolorosa pero llena de esperanza, que le provocó esa espada que le traspasó el alma. Pero María no fue corriendo a anunciárselo a los apóstoles, no fue a transmitir su “experiencia”. Me imagino que cuando los apóstoles le contasen: “Mira lo que ha dicho ésta… mira lo que han dicho éstos”, ella les miraría con cariño y pensaría: “¿Por qué os cuesta tanto creer, hijitos?” Y callaría.
Comprendo que voy en contra de muchos pastoralistas y catequetas con muchos años de trabajo a sus espaldas y montones de libros publicados, pero creo que se ha abusado en estos años de las palabras “experiencia y testimonio”. Hay que “experimentar” un montón de cosas: el gozo pascual, la eficacia de la oración, el encuentro con Cristo, el gozo del Espíritu, el sentido de reconciliación, la fraternidad, el espíritu solidario, la “metanoya” del ser en su mismidad… y para ello se nos ponen un montón de testimonios con rango de autoridad incontestable: “Juanita y Felipín fueron de convivencia con su grupo y …”. Se crea en el interior una especie de complejo según el cual si no sientes y experimentas esas cosas es que no eres “de los buenos”. Pocos manuales de catequesis han reflejado mis “experiencias” más comunes: me aburro o me duermo en la oración, me olvido de Cristo muchas veces al día, me hastían las celebraciones largas, me dan “repelús” los sensibleros y me encuentro con Cristo habitualmente no cuando yo quiero sino cuando Él quiere. Los testimonios de otros son, efectivamente, de otros y sus experiencias, por eso mismo, irrepetibles o ¿acaso puedo exigirle a Dios, cuando me acabe la biografía del beato Padre Pío de Pieterlcina, que me conceda los estigmas?.
“Les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.” Antes que buscar una experiencia basada en un testimonio está la confianza. Confianza en Dios que elige a sus testigos, confianza en el Espíritu Santo que calladamente actúa en nuestras almas, confianza en la Iglesia que es la que salvaguarda el depósito de la fe. No intentes ser como los otros, no intentes tener “sus” experiencias o ser igual a cualquiera que no sea Cristo pues en el bautismo has sido identificado con Él y eso no es una experiencia, es una realidad.
Confía, ten fe, y proclamarás “que es eterna su misericordia”. En los momentos en que no te des cuenta o se te oscurezcan las maravillas que ya está haciendo Dios en tu vida, acude a María que te mira con cariño de Madre y calla.