Hechos de los apóstoles 5, 12-16; Sal 117, 2-4. 22-24. 25-27a ; Apocalipsis 1, 9-1 la. 12-13. 17-19; San Juan 20, 19-31

Hace unos meses bauticé a dos hijos de unos primos míos. Ellos ya son muchos y cuando se junta la familia para estos eventos es fácil que se reúnan veintitantos niños de edades comprendidas entre seis años y unos pocos meses. Los padres (y las madres) son expertos entretenedores de niños, ya que no todo el rato están jugando unos con los otros. A una de estas criaturas ( de unos tres años), uno de sus tíos le vio triste y le hizo el juego de hacer desaparecer una moneda y hacerla aparecer “mágicamente” detrás de la oreja. El bendito infante seguía los movimientos de su mano, su tío le pidió que soplase fuertemente, lo que el niño hizo, y después le dijo el mago al asombrado muchacho: “Di las palabras mágicas.” Esperábamos escuchar un “abracadabra”, o “tachín-tachán” pero el párvulo miró a su tío y dijo sus palabras mágicas: “Por favor.” Eso es buena educación.
Ser agradecidos, hoy terminamos la Octava de Pascua con el entrañable relato del Evangelio que tiene como protagonista las llagas gloriosas de Cristo. “Y diciendo esto les enseñó las manos y el costado”, llagas gloriosas de las que nace la paz, la fe, el perdón, la misericordia. A Tomás seguían sin valerle los testimonios, lo que los otros decían, tuvo que dar un paso más para convertirse en testigo: “¡Señor mío y Dios mío”!.
En el mundo de hoy es más necesario que nunca el ser testigos de la misericordia. En este día de la Divina Misericordia podremos hablar, predicar, enseñar sobre la misericordia de Dios, podremos dar nuestro propio testimonio que muchos no aceptarán pero, si de verdad queremos ser testigos de la Misericordia, es necesario que la recibamos y que encaminemos a otros hacia ella. No es difícil encontrar “teóricos de la moral” para los que casi nada es pecado y no por un convencimiento teológico o antropológico sino por alergia al confesionario, por miedo a encontrarse con la miseria humana pues, habitualmente por falta de examen de su conciencia, no han palpado la Misericordia de Dios que todo lo perdona si acudimos a Él con humildad y, por tanto, no pueden ofrecerla.
Puede parecer más sencillo predicar que no hay nada que perdonar que anunciar la misericordia, pero si eres sincero en algún momento de tu vida aparecerá Cristo mostrándote sus cinco llagas gloriosas y ofreciéndote esa paz interior que hace años habías perdido. Cinco llagas en las que meter tus dedos y tu mano, tus pecados, tus miserias, tus infidelidades. Cinco llagas donde meter ese brazo enfermo de lepra y sacarlo limpio como la carne de un niño. Y entonces se encuentra el gozo de la salud, la alegría de la salvación, la esperanza renovada de un mundo en el que todo tiene solución, la fortaleza para ser testigo.
El mundo necesita de la Misericordia de Dios, el mundo necesita testigos de la misericordia. María, madre del amor hermoso, ayúdame a palpar en las llagas gloriosas de tu Hijo la misericordia de Dios para conmigo y a acercar a otros a la Misericordia omnipotente de Dios.