Hechos de los apóstoles 14,5-18; Sal 113 B, 1-2. 3-4. 15-16; san Juan 14,21-26

Hace ya unos años, cuando se beatificó a San Josemaría Escrivá, tuve la oportunidad de asistir a una tertulia con un sacerdote que había elaborado parte de la “positio” que se presentó a la Santa Sede. Durante años se había dedicado a estudiar un breve período de la juventud del Santo, una época menos conocida de sus tiempos de juventud. Había leído mucho sobre la época histórica, el ambiente social y religioso, los testimonios de los testigos, los escritos que se conservaban; era en definitiva, en ese momento, el que más sabía de ese breve periodo de tiempo sobre el futuro beato. Elaboró el capítulo que le correspondía para presentarlo a la congregación para la causa de los santos. El entonces Prelado de la Obra leyó el capítulo y se lo devolvió pidiéndole que lo rehiciese, no estaba bien enfocado. El sacerdote contaba su enfado: ¿Quién podría enmendarle la plana a él, que conocía como nadie cada suceso de esos años?. ¿Cómo podía el Prelado decirle que estaba mal cuando en esa época no conocía aún a San Josemaría?. Él era el experto y nadie estaba autorizado para tirar por tierra su trabajo, tantas horas de estudio e investigación. Enfadadísimo, pero con la humildad que acompaña a los hombres de oración, volvió a leer su trabajo aunque fuese para dar más motivos que apoyasen su validez. Lo releyó y descubrió que, efectivamente, lo había enfocado mal y rehizo su trabajo quedando todos satisfechos. Su conclusión: Hasta que lo palpé no me di cuenta de lo peligrosa y dañina que es la soberbia intelectual que puso en peligro mi vocación.
“Dioses en figura de hombres han venido a visitarnos.” Sin duda tú y yo no esperamos que nos tomen por dioses, nos hagan sacrificios y nos eleven estatuas, pero sí puede existir la tentación sutil de que reconozcan nuestro trabajo, que nos valoren por nuestro esfuerzo, que nos agradezcan nuestra entrega, en el fondo una falta de rectitud de intención, pequeña pero que crece y crece sin que nos demos cuenta. Conozco a más sacerdotes secularizados y matrimonios rotos por esa soberbia intelectual que porque se les hayan encabritado las pasiones. “La palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.” Hasta Cristo hace lo que tiene que hacer (“aprendió sufriendo a obedecer”), aunque su “premio” fuese la cruz.
“No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” A lo mejor, si eres sacerdote, tu párroco no te valora lo suficiente, tu vicario no se fija en ti, el Obispo te da destinos que nadie quiere, las madres de los niños de catequesis (en esta época de primeras comuniones) sólo piensan en el trajecillo de su niña, ese enfermo que visitas es un desagradecido. A lo mejor, si eres padre o madre, tu hijo parece que no te conoce ni te agradece ninguno de los desvelos que has tenido a lo largo de tu vida y la de cosas a las que has renunciado para que pueda vivir cómodamente, a lo mejor… . Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te conoce y al que tú conoces (“Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?), y sigue trabajando, orando, entregándote.
Hoy, día de San Juan de Ávila (que tanto tiempo fue beato), pedimos por todo el clero español y, si queremos premios, recordemos sus palabras que hoy leeremos en el oficio de lecturas. “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre.” María, con que tú mires mis trabajos y desvelos y se los muestres a tu Hijo eso me basta, no quiero más gloria humana.