Hechos de los apóstoles 16,11-15; Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b; san Juan 15,26-16,4a

A lo mejor guardabas la secreta esperanza que desde este rinconcito de la Web y partiendo del Evangelio no oirías hablar de la boda de nuestro príncipe Felipe y Doña Leticia, pues destierra esa vana esperanza que sólo quedan cinco días y tenemos boda hasta en la sopa.
No soy amigo de las concentraciones y actos de masas, me agobian. Pienso en las personas que ya están decidiendo desde qué lugar se situarán para ver pasar el cortejo nupcial, las horas de espera de pie o sentados en la acera (o, si no se desconvoca la huelga de barrenderos, encima de una artística boñiga de perro), los empujones, pisotones y el olor a colonia de azahar de la señora de tu derecha, mezclado con el aroma a sobaquillo precocinado del de la izquierda. Habrá quien desde la noche anterior esté guardando celosamente su sitio para entrever una orla del vestido de Doña Leticia, la mano de la Reina o la pamela de alguna ilustre invitada a quince metros de distancia. Se alquilan balcones a un precio que jamás alcanzó el centímetro cuadrado y se mantendrán horas de conversación insustancial e insulsa. Me parece bien y lo respeto profundamente (aunque no me busquéis por esos lares) es un hecho que formará parte de la historia de España y es bonito ser testigo (aunque sea de lejos) de esos acontecimientos. Después vendrá el comentario (que en estos acontecimientos, como en los toros, es lo mejor: “Yo vi la oreja izquierda del Príncipe” “El Rey pasó miró hacia donde yo estaba” “Vi un puntito blanco que era Doña Leticia, estaba monísima” y un largo etcétera de frases parecidas, el cansancio, empujones, pisotones y mezcla de aromas habrá desaparecido y sólo quedará el recuerdo de lo que cada uno ha visto.
“Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí: y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.” Me resulta curioso que por un acontecimiento en la historia humana estemos dispuestos a sufrir, perder tiempo, pasarlo mal y, sin embargo, para los actos verdaderamente importantes -que son los que Dios hace traspasando la historia y el tiempo (“mil años en tu presencia son un ayer que pasó” (¿te acuerdas de cómo se llamaba la esposa de Alfonso X el Sabio?, pues sólo hace mil años que se casó)-, estemos siempre impacientes, busquemos la Misa que se celebra más rápido o en la que nos podamos sentar cómodamente. Cuando hacemos oración parece que se para el reloj y continuamente lo consultamos a ver si se ha estropeado, si tenemos que andar unos kilómetros para llegar a un sagrario nos parece que está fuera de nuestro alcance y, si por desgracia cometemos un pecado, somos incapaces de correr a buscar un sacerdote -por mucho que se escondan-, que pueda absolver nuestra falta y retrasamos los sacramentos de nuestros hijos porque no tenemos dinero para invitar a los amigos y quedar bien nosotros y mal Dios.
“Llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios.” Ser testigo de Cristo te costará más que ser testigo de una boda real pero no te preocupes en este caso la conversación no es vana ni insustancial, está llena de riqueza y no verás un punto en la lejanía, tu Madre la Virgen te ha conseguido invitaciones para que puedas ver eternamente y cara a cara al Rey de Reyes.