Hechos de los apóstoles 16, 22-34; Sal 137, 1-2a. 2bc y 3. 7c-8; san Juan 16,5-11

Sólo quedan cuatro días para la boda. Los programas “especiales” de televisión y radio se han convertido en “ordinarios.” Mi madre, que es sabia, cuando le preguntan qué opinión tiene sobre Doña Leticia, simplemente dice que hay que rezar por ella. La verdad es que no sabe más, no ve los documentales, programas del corazón y de las entrañas, ni se preocupa demasiado de la boda. Ante tamaña ignorancia una amiga suya ha salido en su socorro y le ha proporcionado una bolsa con quince kilos de revistas con un tema único: el real enlace. Es intolerable que haya una sola persona que no se empape de la vida de los contrayentes y quite la foto de la boda de su hija del salón para poner un recorte de Doña Leticia con seis añitos en la playa de Gandía y estudie suficientes horas como para conseguirse un “Master” en historia de las bodas de la realeza.
“Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?” Si tuviésemos la misma preocupación por responder a esta pregunta como por enterarnos del menú del convite de la boda real, el mundo andaría por otros caminos. Y cuando venga (el Paráclito) dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena.”
“De un pecado porque no creen en mí.” Cada día me asombra más la falta de formación religiosa, de interés por quiénes somos: hijos de Dios. Cuando tenemos a nuestra disposición tanta información sobre cualquier persona y conocemos su vida y virtudes, de Cristo sabemos cada día menos. Mucha gente parece que lo conoce de Jesús es lo que ha aprendido al leerse “El caballo de Troya”, pero ni se le ocurre abrir cada día las páginas del Evangelio e inscribirlas en su corazón.
“De una condena, porque me voy al Padre y no me veréis.” Cuando cada día celebro la Santa Misa pienso que podría ser la última y procuro, con todo mi despiste y mi pecado, unirme al Señor cada vez más íntimamente. No me imagino la vida sin la Eucaristía, podré olvidarme de comer o de pagar el impuesto de circulación del coche, pero no de la Misa. Por eso me da lástima tantos niños que hacen su primera y casi única comunión, padres y madres que se plantean el domingo como el día de lavar el coche pero no echan de menos encontrarse con Cristo. Cuanto más lo pienso menos lo entiendo, me parece que es condenarse a ser un alejado del Amor, encadenándose voluntariamente a una esponja y al parabrisas.
“De una condena, porque el Príncipe de este mundo ya está condenado.” Resulta increíble: cuando uno mira a su alrededor parece que el pecado triunfa, pero ten la certeza que el Príncipe de este mundo ya está condenado. Cada acto de amor, cada vez que celebras o asistes a la Eucaristía, cada momento de oración, es unirte al triunfo de Cristo. No lo dudes, el Señor ya ha vencido y te quiere con Él.
¿Saber todo sobre la boda? Si te entretiene no está mal, pero procura saberlo todo sobre Cristo, pídele a Santa María que te acerque el Paráclito que te lo enseñará todo y conociéndolo lo amarás y amándolo te darás cuenta que ahora, y siempre, está triunfando en el mundo.