Isaías 6, 1 -8; Sal 92, lab. 1c-2. 5 ; san Mateo 10, 24-33

Hace ya bastantes años fui con unos chavales de la parroquia al parque de atracciones. Quisieron entrar en la “casa del terror,” recién inaugurada, que tenía fama de asustar al más pintado. Como era el mayor me tocó ir delante de la fila de muchachos. Eso de ir el primero en esa situación me resultó bastante aburrido: los sustos y las sorpresas aparecían una vez que ya había pasado, la niña de “El Exorcista” dormía plácidamente cuando pasé a su lado, el hombre de “La matanza de Texas” me regañó por equivocarme de camino (¿Qué culpa tengo yo que eso estuviese tan oscuro?), y “Freddy Kruger” me acompañó amablemente al buen camino. En resumen, escuchaba gritos a mis espaldas pero me aburrí como una ostra.
“Entonces escuché la voz del Señor que decía: &Mac220;&Mac220;¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?&Mac221;&Mac221; Contesté: &Mac220;&Mac220;Aquí estoy, mándame.&Mac221;&Mac221;” Isaías no tarda en responder al Señor, a pesar de ser “hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”, no busca excusas para ofrecer su vida al Señor. La disponibilidad debe ser una virtud del cristiano. El cristiano tiene que estar disponible, dispuesto a hacer lo que Dios quiera de nosotros, a ofrecernos “los primeros” y no “escaquearnos” de la voluntad de Dios buscando nuestra propia voluntad. Ir en cabeza para hacer lo que Dios quiere no es presunción, es servicio, entrega, docilidad.
A veces el mundo nos puede parecer como la “casa del terror,” lleno de peligros, tentaciones, enemigos y pruebas. Si marchamos en cabeza seguramente pasemos de una situación a otra sin darnos cuenta de “las tentaciones del mundo” pues tenemos un objetivo: hacer lo que Dios quiere en mi vida. Si queremos que “nos lleven” -sin poner nada de nuestra parte-, seguramente nos llevemos los sustos más grandes de nuestra vida.
“Temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo.” El diablo, nuestro enemigo, siempre querrá que avancemos en segundo, tercer o último lugar. Siempre nos presentará “razones” para dejar que sean otros los que hagan las cosas (que otros recen, que otros sean castos, que otros se entreguen, que otros vivan la caridad, que otros sean fieles, que otros …) y nosotros esperemos a ver si “les sale bien.” Los santos siempre han ido en cabeza, no por protagonismo sino porque tenían el arrojo del amor, de saberse acompañados por Cristo, porque avanzaban sin miedo (ni tan siquiera a los que podían matar el cuerpo) y sabían que son una gozosa realidad las palabras de Cristo: “si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.”
¿Miedo? Para los pusilánimes, los cobardes, los desconfiados y los de corazón estrecho. Para ti y para mí, arrojo, valentía, audacia, confianza.
Ante las dificultades -que encontrarás-, agárrate de la mano de la Virgen. Ella que abrió el camino de la Redención con su “hágase,” te dará fuerza en tu corazón para “anunciar desde la azotea” la misericordia y el amor de Dios, para superar todos los obstáculos, para avanzar en cabeza. Y además descubrirás que no eres “nadie especial” pues si caminamos con Cristo todos vamos en cabeza.