Isaías 1, 10-17; Sal 49, 8-9. 16bc-17. 21 y 23; san Mateo 10, 34-11, 1

He comenzado a ver las noticias y, unos minutos después, he vuelto a la fórmula uno. Ponían en las noticias un reportaje sobre la mujer y acusaban a la “intolerancia religiosa” (mientras salían unas imágenes de una concelebración en el Vaticano) los males de la mujer y –erratas en la lectura-, de los “embarazos indeseables” (me imagino que querrá decir “indeseados” pero parece que al redactor de la noticia le dan arcadas al pensar en una criatura). Lleno de imágenes para mover la sensibilidad y la voz dulce de una locutora querían mover nuestro corazón y nuestro sentimiento.
Parece que la vida es un continuo “slogan” que mueve a las masas: “No a la guerra,” “Nosotras parimos, nosotras decidimos,” “Seamos dialogantes,” “Sexo seguro,” “Tolerancia cero,” “Violencia de género” y un largo etcétera dependiendo el momento.
“No he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, …” Está claro que Jesucristo no encontraría trabajo en una agencia de publicidad ni como asesor de imagen en una campaña política. Cristo no vino a hacer un análisis sociológico ni a mover el sentimiento de los hombres.
“El que no coge mi cruz y me sigue, no es digno de mí.” ¿Cómo voy a hacer caso a una cadena de televisión que me habla de la defensa de la mujer y a continuación me llena la pantalla de imágenes donde la mujer es un objeto sexual de venta de productos?. Jesús nos mueve a afrontar los problemas, a ponerles una solución real no un suspiro de condolencia.
Cada día nos hablan más de “grupos sociológicos” y menos de personas. Nuestro Señor vino a anunciar la salvación a todos y cada uno. No trajo una ideología de las que tanto abundan (“No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable”) pero que utilizan y denigran al hombre abocándole a la desesperación y la soledad. Cristo es la salvación. Por eso a mi padre, a mi madre, a mi amigo tendré que decirle: “Cristo ha muerto por ti, tu vida puede ser nueva y vale la pena vivirla entregándose por los demás.” Tal vez no sea mas que “un vaso de agua fresca” que el otro me rechace, pero daré mi vida por él. El cristiano no lleva una frase pegadiza en una pancarta y cuatro gritos de rima chabacana. El que es de Cristo da su vida, la “pierde” por Él y por los demás, pues sabe que así la está ganando. No se queda en teorías vacías: El que es y se sabe hijo de Dios actúa, “cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien; buscad la justicia, defended al oprimido; sed abogados del huérfano, defensores de la viuda.”
Tal vez pienses que nosotros podemos hacer poca cosa, no tenemos influencia ni prestigio en la sociedad. ¡Puedes hacer mucho! Cada oración, cada acto de amor por los demás, cada palabra de cariño, cada pequeña victoria contra el pecado, aunque pase desapercibida para el mundo no pasa desapercibida a la visión de Dios que le sacará fruto.
El mal tendrá muchos medios, mucho slogan y mucha palabrería. Nosotros tenemos a Cristo Resucitado. Nos sobra.
María, madre buena, tu que eres corredentora con Cristo, ayúdame a nunca quedarme en la palabra fácil y en la sensiblería barata, haz que sea capaz de entregar mi vida por amor a tu Hijo y a todos los que Él ama.