Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 ; San Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11; San Lucas 12, 13-21

Este es el primer domingo del mes de agosto. Un mes que par muchos estará presidido por algo que siempre se desea y se anhela: el descanso, la vacación. En realidad este deseo es un bien del hombre que forma parte de lo que constituirá la felicidad eterna, incluso un modo de hacer referencia a la vida eterna es así: “el descanso eterno”. De todos modos, ya la segunda lectura de hoy nos advierte que pese a que esta situación veraniega, rica en valores para quien los quiera encontrar, no es el bien definitivo, nos va a recordar, partiendo nada menos que del punto central de nuestra fe que: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. Es esta como una primera advertencia muy necesaria para tener en cuenta ciertamente este mes de agosto, pero habrá que decir que en toda nuestra presente vida, ya que, no lo olvidemos, “¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? Como veis, no parece podríamos encontrar unos pasajes de la Sagrada Escritura mejores para iniciar el verano que estos: descanso que viene, trabajo que acabamos de dejar (aunque nunca se deja del todo en esta tierra).
Pero hay una pregunta inquietante que podría formularse así: de los 11 meses de trabajo que tiene el hombre al año ¿Sólo va a sacar un mes de descanso? ¿Esa es la condición del hombre? ¿Para eso trabaja once meses? Por muy deseada y agradable que sea la recompensa, todos nos damos cuenta de que sería pobre y miserable una paga así. Pienso que cualquiera que lea estas líneas estará de acuerdo en que no es posible, –no digo al final de un año, sino al final de toda una vida– que el único pago que uno sacara fuera unos treinta días de montaña o playa cada trescientos sesenta y cinco. Eso no compensa. No puede ser. Sería algo cruel. Máxime si pensamos que durante todo el año o, mejor, en todos los años de nuestra vida, se producen muchos sufrimientos, dolores, contradicciones, injusticias, penalidades, gente que se ha aprovechado de uno, y no digamos si empezamos a pensar en temas –que podría pasarnos— trágicos: que a uno le roben sus bienes, o que un hijo, o marido o padre, sea asesinado por los terroristas, como en estos meses pasados hemos sufrido todos los españoles. ¿Es posible que todo esto caiga en saco roto? o tal como venimos razonando, ¿Es posible que todo quedara “pagado” con unos días de vacaciones? ¿Es esto lo que colma la vida del hombre? Y aunque todo te marche bien y no te pasen esas desgracias, aunque todo te fuera muy bien, ¿Es eso lo que debemos buscar en esta vida? El Evangelio de hoy nos ayuda a responder a estas inquietantes preguntas cuando empieza diciéndonos el Señor que debemos de pararnos a pensar en el sentido de nuestra vida pues “aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» podríamos decir ni “de sus desgracias”. Y sino, mira lo que le pasó al hombre que nos cuenta el Señor en la parábola que le recrimina e incluso de llama “necio”, es decir, tonto, que no sabe lo que hay que saber ¿por qué le llama así? porque “esta misma noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Es pues, este Evangelio, una reflexión sobre los bienes de esta tierra, y hemos de entender por bienes no solo el oro y la plata, sino el descanso, las vacaciones, el relax. Bienes que aun siendo buenos, hemos de estar vigilantes no vaya a ser que nos priven de lo mejor, del “descanso eterno” de la vida eterna, del auténtico tesoro, del tesoro de tener a Dios. Vigilantes pues, porque si lo perdemos sería lo peor que podría suceder, y así sucederá, como, al final del Evangelio de hoy nos dice el Señor “a quien amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”.