Ezequiel 28, 1-10; Dt 32, 26-27ab. 27cd-28. 30. 35cd-36ab ; san Mateo 19, 23-30

Un amigo mío, una de las mejores personas que conozco, aprobó (por fin) la oposición a policía. Una vez que consiguió plaza vino a verme y a celebrarlo, estaba muy orgulloso. Tomamos algo en un sitio y al ir a pagar sacó la placa del cuerpo de policía, con un movimiento mil veces repetido para ensayar, dijo: “policía,” la camarera ante el asombro no reaccionó a tiempo y nos fuimos sin pagar. Al día siguiente volví yo al sitio a saldar la cuenta. ¿Qué culpa tenía la dueña del establecimiento de que este amigo mío no hubiera aprendido en la academia la diferencia entre la placa y la tarjeta de crédito?. Ahora ya, cuando salimos a cenar, la única placa que enseña es la dental cuando sonríe al pagar la cuenta.
“Tú que eres hombre y no dios; te creías listo como los dioses; ¡si eres más sabio que Daniel!; ningún enigma se te resiste.” Me encanta cuando la Palabra de Dios se pone a ironizar. ¡Qué sorpresas nos llevaremos en la puerta del Cielo cuando orgullosos saquemos la “placa” y digamos: “Entrada libre” y San Pedro nos mire con cara de asombro!. Tal vez entremos pero descubriremos que nuestra “cuenta” la ha saldado Cristo en la cruz y hemos podido entrar por la oración de nuestros padres, tu esposa, tus hijos, por ese vecino que siempre despreciaste y criticaste pero rezaba por ti, por ese compañero de trabajo que ofrecía al Señor los desplantes que le hiciste.
“Creedme: difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos.” Tenemos la estúpida manía de creer que el dinero es necesario, que nos da poder y nos hace como dioses ante los demás. Pensamos que cuanto más tenemos más somos. Dicen que “dinero llama a dinero” pero creo que es más bien porque cada día se quiere más, no parece hartar ni cansar el acumularlo codiciosamente. Esa riqueza, que confunde el ser con el tener, va secando el corazón, cubriéndolo con planchas de cobre y níquel que lo hacen duro e insensible a las necesidades de los demás, a los sentimientos de los otros, al mundo que no sea uno mismo. “Con agudo talento de mercader, ibas acrecentando tu fortuna; y tu fortuna te llenó de presunción.” No creas que hay que ser Bill Gates para que te suceda esto, cuando contestas a cualquier cosa: “Esto lo hago por dinero” estás empezando a perder el corazón.
Pero el mundo está organizado en relación al dinero, “entonces, ¿quién puede salvarse?.” La salvación es siempre un don gratuito de Dios, jamás se compra (como lo que realmente vale), “para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.” Ahora que muchos estáis de vacaciones pensad cuantas cosas podéis hacer sin dinero: esas son las realmente importantes. Podrás vivir rodeado de dinero (como el “Tío Gilito”) pero no para el dinero y, si algún día el Señor te bendice con la pobreza, te darás cuenta de que no has perdido nada.
¡Se puede!, el hombre está hecho para dar gloria a Dios, no para consumir. No me acuerdo si una vez leí o me lo inventé que San Francisco dijo que el dinero era (con perdón) la “cagada de Satanás.” Si no lo dijo mereció haberlo hecho, pues aunque tengas que vivir entre porquería no dejes que se infiltre en tu corazón.
La Virgen te enseñará tu verdadera riqueza: “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.” Cuando el Señor te llame a su lado que no haga falta que le enseñes a San Pedro una placa de latón porque cuando te mire a la cara vea el rostro de Cristo.