san Pablo a los Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18 ; Sal 127, 1-2. 4-5 ; San Mateo 23, 27-32

San Bernabé nos ha “librado” de unos cuantos “ayes” del Señor, pero hoy volvemos a la carga.
El Evangelio de hoy nos habla de los “sepulcros encalados,” blancos por fuera y llenos de podredumbre por dentro. El vicario parroquial –ferviente atletista-, me pide que escriba sobre el Real Madrid, pero me niego rotundamente a escribir sobre fútbol antes de que acabe la liga (que no ha empezado), prefiero hablar de mi propia vida, porque me conozco más que a los jugadores.
Alguna vez he escrito en estos comentarios sobre las veces que me han engañado los que vienen a pedir a la parroquia. Ahora me han hecho dudar sobre otro posible engaño pero espero que no sea así, ¡total ya he soltado los euros!. Reconozco que para los asuntos que tienen doble intención soy muy torpe: digo y hago lo que pienso, aunque a veces no piense lo que digo y lo que hago (lo que me trae un montón de pequeñas complicaciones, pero una gran paz). A cuántos sacerdotes nos adulan (los que antes nos habían puesto de vuelta y media a nuestras espaldas) en el momento de casar a un hijo o una hija y no encuentran a otro sacerdote que esté disponible ese día. Cuántas personas te saludan en un momento y en una situación concreta y en otra se vuelven discretamente de espaldas pues no les interesa tu amistad en ese momento (y eso que amistad e interés yo los considero antónimos, que se dan de tortas, vamos).
“Por dentro estáis llenos de huesos y podredumbre. (…) repletos de hipocresía y crímenes.” Gracias a Dios que soy torpe para estas cosas y el Señor me hace palpar la Misericordia instante tras instante y encima me da un poquito de luz para conocerme y saber que podría comportarme igual que los que tanto me revientan y me utilizan. Gracias a todo esto no utilizo este Evangelio constantemente para “atizar” a los demás y para justificarme a mí mismo. Prefiero ser torpe.
Ver los defectos de los demás y tener misericordia es Gracia de Dios; utilizarlos para subir unos puntos nuestra mediocridad merece un ¡ay! del Señor, si Cristo hiciera lo mismo con nosotros estábamos irremediablemente perdidos.
“No tratéis con los hermanos que llevan una vida desordenada y se apartan de las tradiciones que recibieron de mí” dice San Pablo a los Tesalonicenses. Cada día, lo reconozco, me embrutezco más. En mis destinos como sacerdote he celebrado cientos de bodas, unos cuantos cientos más de bautizos, algunas centenas más de funerales, un puñado (amplio, pero no tanto como lo anterior) de confesiones y miles de veces he celebrado la santa Misa. San Pablo me pondría firmes, pues tengo que sacar la máquina de dividir, por decenas o centenas, para contar los bautizos de padres que asisten a la Misa Dominical, de novios que no se hayan acostado juntos varias veces antes, de funerales en que los familiares supieran responder a la Misa, de confesiones en que hubieran hecho un examen de conciencia previo y comuniones de personas que hace años que no piden perdón a Dios y son más malos que un cáncer. Eso embrutece (ayer me asombré a mí mismo diciendo una palabrota que jamás había utilizado en mi vida, y me salió “de dentro”) pero con algunos ratos de oración al día te das cuenta de que también te ha tocado de una manera especial la misericordia y el amor de Dios, Podría justificar en mi vida muchas cosas, pero no puedo engañar al amor de Dios.
Un consejo: Procura ser torpe, no te quieras comparar con nadie ni dártelas de “listillo,” pues descubrirás que en tu interior también hay “huesos y podredumbre.” La misericordia de Dios, con la cariñosa mano de María, nuestra madre, limpiará esa podredumbre, pero jamás presumas de ser “mejor sepulcro” que otros, pues todo depende de la misericordia de Dios.