san Pablo a los Corintios 1, 17-25; Sal 32, 1-2. 4-5. 10-11 ; san Mateo 25, 1-13

La preparación “exterior” de las bodas nunca me ha traído problemas. Jamás he tenido que comprarme un traje especial, nunca he pensado un regalo para los novios, no entiendo nada de trajes de novias, nunca he decorado un coche nupcial, en mi vida he hecho la prueba y elección del menú del convite, no sé nada de invitaciones, colocación de las mesas, maquillajes y damas de honor. ¡Cuántas gracias tengo que dar a Dios!.
Ignoro quién puso de moda el que las novias llegasen tarde a la ceremonia, y de las “modas nupciales” -que suelen cambiar después de las bodas de príncipes, toreros o folclóricas-, me entero cuando los novios preparan la celebración religiosa. Tanta preparación y, tristemente, en muchas ocasiones les da igual las lecturas que se proclamen el día de su matrimonio; no han aprendido a responder ni estar en Misa, seguramente no hayan ido a confesarse y la petición más extendida es: “que sea breve.”
“El reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.” Muchas veces en la Palabra de Dios se compara la relación de Dios con nosotros con la imagen del matrimonio (para que ahora quieran llamar matrimonio a cualquier conjunto de seres tomados de forma aleatoria de dos en dos o de tres en tres), seguramente porque la relación con Dios sólo puede ser una relación de amor y fidelidad.
De las diez vírgenes del Evangelio cinco eran sensatas y cinco eran necias. Las necias se dejaron la alcuza de aceite y se les apagaban las lámparas por lo que no podían cumplir la misión para la que estaban allí: iluminar el camino del esposo. Se dejaron el aceite pero, cosas de la vanidad y salvando las distancias, seguro que se habían vestido con sus mejores galas, llevarían el “set” de maquillaje para retocarse, alguna toallita húmeda para mejorar el cutis e incluso un bocadillo de salami por si la espera se hacía demasiado larga. Con tanto equipaje para sí mismas se olvidaron el aceite. ¡Necias!.
A veces nos puede pasar algo parecido. Estamos tan preocupados de “nuestra salvación” que nos olvidamos de lo más importante. He conocido personas que han dejado de ir a Misa porque no les gusta el párroco (por antiguo o por moderno), y se defienden como si fuesen ellos el criterio de la ortodoxia católica: ¡Necios.! Un sacerdote podrá predicar sobre la eliminación de los monos de culo rosa o del ayuno de los miércoles pero, siempre que consagre válidamente, tú vas a encontrarte con Cristo Eucaristía y puede ser un momento estupendo para rezar por los sacerdotes. Y si no te resulta “imposible” puedes ir a otra parroquia. Si no, estarás tan preocupado de tus “abalorios”, de la santidad que se te acabará el aceite y te quedarás fuera.
“El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vía de perdición; pero para los que están en vías de salvación –para nosotros- es fuerza de Dios.” “Quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes.” A veces, laicos y sacerdotes, nos fijamos tanto en lo que nos gusta, en nuestros “adornos,” que nos olvidamos del que es realmente importante: Cristo, que nos envía al Espíritu Santo que convierte la necedad en “fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
Los “adornos” con los que el pueblo de Israel esperaba al Mesías estaban muy lejos de la gruta de Belén y contrapuestos a la cruz, pero Santa María supo descubrir la sabiduría de Dios. Pídele a ella que te recuerde siempre llenar tu lámpara de aceite con la oración, la caridad y la misericordia.