an Pablo a los Corintios 1, 26-31; Sal 32, 12-13. 18-19. 20-21 ; san Mateo 25, 14-30

No recuerdo qué asignatura de las que estudié en la época del Seminario era la más importante. Filosofía, Cristología, Moral, Sacramentos, Sagrada Escritura, … no lo sé. Me imagino que –como en cualquier carrera y en cada curso-, cada profesor diría que la suya era la más importante. Esta mañana he descubierto una lección que no dimos y habría que incluir en el diseño curricular: ¿Por qué cuando en un detergente indica que es para lavar a mano no debe usarse en la lavadora?. La respuesta a esta pregunta me parece esencial para la vida después de recoger litro y litros de espuma que salían por cada rendija del maldito electrodoméstico. Si alguno manda la ropa a la lavandería esta cuestión le parecerá intrascendente, pero tiene su aquel.
“A uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad.” La parábola de hoy es de sobra conocida y en muchas predicaciones se hablará de cuántos talentos hemos recibido. Debe ser deformación de esta época mercantilista y materialista, el saber cantidades y poder sumar y restar. Desde aquí te animaría a no pensar delante del Señor en el “cuántos,” sino en “cuáles.”
A veces me encuentro con personas que están toda su vida intentando hacer fructificar talentos que no tienen y (recuerdos de la filosofía y del sentido común) de donde no hay no se puede sacar. Su existencia transcurre intentando vivir la pobreza como San Francisco, la vida de infancia como Santa Teresa de Lisieux, la oración como San Juan de la Cruz, el apostolado como San Francisco Javier y la castidad como San Pelayo. Y el Señor no quiere otro Francisco, otra Teresa, otro Juan y otro Francisco Javier: te quiere a ti. Dios todopoderoso, que creó cielos y tierra, tiene imaginación suficiente para no repetirse y no quiere que nosotros intentemos ser copias de otros.
Los santos son modelo y acicate en el camino. Ellos descubrieron qué talentos les dio el Señor y los pusieron en juego. A ti y a mí nos toca hacer lo mismo. No importa si son muchos o pocos, lo importante es que los hagas fructificar y dejes a la Gracia de Dios actuar en tu vida. Hay personas estupendas que se pasan la vida reconcomidos por dentro intentando ser otros y llegan al lecho de muerte frustrados y desilusionados.
“Ha escogido a la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.” A veces dejamos que sean los demás los que nos digan los “talentos” que deberíamos tener como si ésos fueran los que contasen, como si la vida fuese un largo concurso de “Operación Triunfo”. Nos gustaría cantar bien, tocar la guitarra, ser deportistas, delgados, simpáticos, ingeniosos, … pero a lo mejor Dios te ha dado el don de la oración callada y constante, o el de no hacerte notar y saber escuchar, o el de poner paz en los corazones. De esos talentos te pedirá frutos el Señor, no de los que no te ha dado. “Vosotros sois en Cristo Jesús.” Todos los “talentos” que quieras tener por vanidad humana son como la espuma la que expulsa mi lavadora que, delante de Dios, pierde consistencia y se queda en un charquito ínfimo.
Hoy es sábado, día de nuestra madre la Virgen, ella hizo fructificar en su seno el mayor talento de Dios: su Hijo encarnado. Pídele a ella que te ilumine para descubrir los “talentos” que Dios te ha dado y no tengas la tentación de “acudir a la lavandería” para que el trabajo lo hagan otros, pues “al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.”
Aprende de San Agustín y de su madre (Santa Mónica que celebramos ayer), tan distintos y tan de Cristo.