Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29; Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11 ; Hebreos 12, 18-19. 22-24a; san Lucas 14, 1. 7-14

Seguro que muchos recuerdan la entrada del Teniente Coronel Tejero en el hemiciclo de las Cortes españolas cuando el intento del golpe de Estado el 23 de febrero. Un par de tiros al aire acompañado del grito “Todo el mundo al suelo, caramba” (¿o no dijo “caramba”?) y los pro-hombres de la nación, los insignes dignatarios, los que detentaban el poder se lanzaron debajo de sus escaños cual caracol refugiado en su concha, excepto –creo recordar-, el ministro de defensa. Con el tiempo y sabiendo que, gracias a Dios, la cosa no llegó a mayores, la situación resulta simpática. ¡Qué pequeño es el poder humano!, en un momento se puede perder y cuánto cuesta recuperar la dignidad herida. Dicen que ningún gran hombre impresiona a su ayuda de cámara (que le ha visto en calzoncillos) y cuesta creer a los políticos cuando dicen “dedicaré toda mi vida al pueblo,” y cuando peligra algo su existencia les falta espacio debajo de los butacones. Sé que soy injusto con este comentario y que si yo hubiera estado allí aún estaría haciendo compañía a las pelusas del hemiciclo debajo del escaño, pero es graciosa la fragilidad de “los poderosos.”
“Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios: porque es grande la misericordia de Dios, y revela su secreto a los humildes.” En muchas iglesias se ha perdido la costumbre (podríamos decir norma) de ponerse de rodillas. Parece que nos sentamos en nuestro escaño mirando de tú a tú al Señor de cielos y tierra, dispuestos a hacerle una moción de censura en el momento en que nos disguste su actuación. Es como si nos hubiéramos ganado el sitio en la iglesia relegando al Señor a un pequeño rincón. Tan poco nos importa nuestro Dios que a veces entramos en el templo, a la capilla donde está el sagrario, y decimos: “La Iglesia está vacía,” sin darnos cuenta que está el único importante,
Estos días hemos visto al Santo Padre débil, enfermo y de rodillas en la gruta de Lourdes. Cardenales (una oración por D. Marcelo), arzobispos, obispos, vicarios, párrocos, sacerdotes, religiosos y seglares, cuando nos presentamos ante el sagrario tendríamos que ponernos de rodillas. Deberíamos llegar al tabernáculo temblando de pies a cabeza pues “os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al mediador de la nueva alianza, Jesús.”
El poder de Dios no se esconde debajo del asiento, se alza en la cruz y nada ni nadie puede arrebatárselo. Por eso ante Dios nos sentimos “lisiados, cojos y ciegos,” pero le hemos oído decirnos: “Amigo, sube más arriba.”
Cuando oigo títulos tan rimbombantes como “presidente de la asamblea”, “representante de la comunidad”, “agente de pastoral”, etc., por muy asumidos que estén en el “lenguaje eclesial,” no puedo menos que pensar en los diputados escondidos debajo de sus escaños.
“El Señor ha mirado la humillación de su esclava.” Ponte de rodillas ante el sagrario y pídele a la Virgen que te ayude a comprender y vivir la verdadera humildad. Y no seamos cínicos, ¡caramba!.