san Pablo a los Corintios 2, l0b-16 ; Sal 144, 8-9. 10-11. 12-13ab. 13cd-14; san Lucas 4, 31-37

Hoy muchos estarán preparando la vuelta a casa, al trabajo, a la vida ordinaria, con gran pesar de su corazón (eso pasa por tener vacaciones). Será para paliar el “shock” post-vacacional pero también las carteleras de cine se llenan de estrenos. Uno de los estrenos, que más están anunciando por televisión, trata el tema de la eutanasia recreando la vida y la muerte “asistida” del tetrapléjico gallego Ramón Sanpedro.
Me imagino, por lo que se ve en los anuncios, que la película idealizará la vida del pobre Ramón y jugará con los sentimientos de los espectadores para convertir la muerte, huyendo de la vida, en un acto heroico. Se entrará en el debate sobre la eutanasia en esa ilógica del “pobrecillo,” que tiene tan funestas consecuencias.
“A nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu.” Si se considera a la persona humana como un grupo de huesos, músculos y tendones que tienen como misión saltar, correr, jugar y engordar ciertamente la vida de alguien que tiene imposibilitado el movimiento sería un “deshecho” que hay que quitar de en medio cuanto antes. Si cuando voy a visitar a los enfermos de mi parroquia en vez de llevarles al Señor en la Eucaristía, una palabra de aliento y de consuelo y un rayo de esperanza, les dijese: ¡Muérase!; me considerarían un animal.
Hoy, en muchos ambientes, la mortificación, el ofrecer el sufrimiento, la entrega, “parecen una locura.” Se ha hecho un hombre des-almado que busca su bienestar corporal, pero se ponen trabas al crecimiento interior, a saberse hijo de Dios abierto a la eternidad y con el valor de la sangre redentora de Cristo.
“¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: El Santo de Dios.” Cristo con su vida y con su muerte en la cruz recupera el sentido de la vida humana. Destruye la visión ególatra del hombre en la que todo y todos giran a su alrededor. “Nosotros tenemos la mente de Cristo” y por eso sabemos que nuestra vida es suya y que desde el despacho, desde la cocina, desde una cama o en el lecho de muerte, nuestra vida tiene sentido y es capaz de amar y entregarse por los demás. El que es de Cristo siempre construye, camina hacia delante, no vive de recuerdos ni de imaginaciones, ama apasionadamente la vida y sabe que se encamina a la Vida.
Pensaréis que es fácil escribir sobre esto cuando uno está sano, pero después de encontrarme en mi vida con tetrapléjicos, inválidos, ciegos, ancianos recluidos en casa y enfermos terminales sé que se puede vivir según Cristo, aunque no se tenga salud se tiene amor a la vida. Me han dado las lecciones más importantes, muchas veces sin palabras.
Ojalá se hicieran películas sobre estas personas cargadas de esperanza. María, nuestra madre, ama especialmente a sus hijos enfermos y jamás los abandona. Unámonos a ella y destruyamos la visión egoísta, utilitarista y desesperanzada de los hombres y, desde la cruz, defendamos la vida, toda vida, que es de Cristo.