Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18, 2-3. 4-5 ; san Mateo 9, 9-13

“Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados”. No deja de ser impresionante a lo que San Pablo nos anima en su carta a todos los cristianos hoy: que andemos conforme a lo que “pide la vocación” a la que hemos sido convocados. Ser cristiano responde a una vocación. Este término –vocación— lo hemos ido reduciendo, con el paso del tiempo a la vocación sacerdotal, a la vocación religiosa; es decir, a una llamada especial a la que, ciertamente no están llamados todos, sino aquellos a los que Dios de un modo específico ha querido conducir por un camino que no es para todos, por ejemplo a los hombres que les da (así lo decimos) “la vocación” religiosa, o más concretamente decimos que Dios “le ha llamado a Carmelita”, o a Jesuita o a Misiones.
El Concilio Vaticano II volvió a dar el mismo sentido del que nos habla San Pablo: que nos portemos como “pide la vocación a la que habéis sido convocados” y esa vocación, esa llamada –del vocablo latino “vocatio”, llamada— es referida, claramente a todos los cristianos, pues no hay todavía entonces ninguna fundación suscitada por Dios dentro de su Iglesia.
A todos nos llama Dios a ser santos, eso es lo que recuerda el Concilio Vaticano II. Por eso en documentos posteriores de la Iglesia se habla también, por ejemplo, de “vocación matrimonial” porque también quien en su caminar por la tierra, dirige o encauza sus ansias de amar hacia la otra persona que se convertirá en su esposa o marido, al igual que, pongamos por caso, un sacerdote encamina su amor directamente hacia Dios, está también llamado o llamada a la santidad.
Por eso a todos nos ruega el Apóstol, hablando de parte de Dios, a que “andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados”. Andar como deben andar los que son llamados por Cristo, quiere decir: “sed humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”. Pues ya se ve que estas peticiones que nos hace San Pablo no son “específicas” de una vocación religiosa o sacerdotal.
Pero debemos fijarnos en el versículo siguiente de la carta de San Pablo en el que a todos –cada uno según su camino—, nos pide que seamos “un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados”. En definitiva, que cada uno vaya por su camino, pero “a cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo”. Jamás olvidemos semejante responsabilidad en la que estamos incluidos todos… absolutamente todos.