Job 19, 21-27; Sal 26, 7-8a. 8b-9abc. 13-14 ; san Lucas 10, 1-12

Creo que a casi todo el mundo, para hablarnos de la importancia de la sinceridad, nos contaban la historia del pastor que para reírse del pueblo bajaba del monte gritando: ¡Qué viene el lobo!. Los habitantes del pueblo subían asustados a la majada para encontrarse tranquilamente al rebaño y con las risas del pastor ante su desconcierto. Varias veces repitió el pastor esta estratagema, hasta el día en que realmente aparecieron los lobos y el pastor bajó corriendo a alertar a los vecinos. Estos, hartos de sus mentiras, no hicieron caso de su aviso y el pastor perdió el rebaño entero entre las fauces de los lobos.

“Mirad que os mando como corderos en medio de lobos.” Parece que en España la sociedad está siendo atacada por los lobos (desde hace tiempo, por cierto), pero, al contrario que en el cuento, algunos se empeñan en decir que son corderos. Ante el ataque de los lobos que recibe el ser humano algunos deciden no avisar en el pueblo del peligro: “No parecen tan malos, tienen cara de simpáticos, qué exagerados son los que dicen que son peligrosos, también tienen derecho a alimentarse…”, y mil razones más para justificar las dentelladas de los lobos y la merma del rebaño. Dan un mordisco al matrimonio y a la fidelidad y dejamos que el cordero se desangre poco a poco. Atacan a la vida en su comienzo o en su final pero decidimos que sólo es a corderos marginales. Arrancan la cabeza a otros cuantos para que en su educación no distingas a lobos de corderos y, cuando se acerque el enemigo, no echen ni una pequeña carrera para intentar evitarle y suponemos que ya intervendrá el instinto para ayudarle a diferenciar. Y así en cien mil asuntos más hasta que nos quedamos sin corderos, sin vecinos y al final hasta el propio pastor es víctima de los lobos.

“Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios.” El Señor no nos manda callar aunque “no nos reciban.” Cunde la falsa idea de que se ataca a los “privilegios de la Iglesia” como si el aborto, el divorcio, la drogadicción, la injusticia con los más pobres, el consumismo implacable fuese el forro de los botones de la sotana de los curas y la Iglesia no debe meterse en esos asuntos. La Iglesia no defiende a su rebaño, dejando que los demás vayan menguando y desapareciendo. La Iglesia defiende a todo hombre -“aunque no se nos reciba”-, y no puede llamar corderos a los lobos.

“Después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.” Job, a pesar del escarnio de sus amigos, no deja de ser fiel a la promesa de Dios. En la Iglesia somos tú y yo quienes tenemos que anunciar el Evangelio y denunciar el ataque de los lobos. No podemos quedarnos mirando como mengua el rebaño mientras esperamos que sean otros (los obispos, los sacerdotes o las monjas ) quienes den la voz de alarma y suban a ahuyentarlos.

¡Poneos en camino!. Si Santa María te acompaña descubrirás muchos corazones ansiosos de la paz que sólo Dios puede dar y te darás cuenta que los lobos, aunque fieros y con dientes afilados, son cobardes y fáciles de asustar ante la victoria de la cruz de Cristo.