Gálatas 3, 1-5; Lc 1, 69-70.71-72.73-75 ; san Lucas 11, 5-13

Una pareja de humoristas representa a un personaje que sólo repite constantemente: “¡Ha llegado el cansino!, ¡el cansino!, ¡ha llegado el cansino.!” Hace gracia pues realmente llega a cansarte y cuando aparece en la pequeña pantalla ya sabes que te tocan unos cuantos minutos de escuchar la misma cantinela.
“Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.” Con el Señor tenemos que ser constantes e insistentes. No es que tengamos que hartarle, pero -si somos sinceros-, rezamos bastante poco en la mayoría de los casos. “¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentaron la figura de Jesucristo en la cruz!” ¿Quién nos ha embrujado, que nos cuesta rezar, contemplar la cruz y enamorarnos perdidamente de Cristo? Si descubriésemos, aunque sólo lo vislumbrásemos ligeramente, el amor que Dios nos tiene, nos volveríamos locos.
María, nuestra madre la Virgen, descubrió el amor de Dios, lo llevó en sus entrañas, lo acunó en sus brazos, lo vio crecer y recogió su cuerpo inerte de la cruz. Por eso la Virgen es maestra insigne del trato con Dios, de la presencia constante de Dios y de la contemplación.
Hacemos hoy memoria de Nuestra Señora la Virgen del Rosario. Es conmovedor contemplar al Papa con el rosario en la mano musitando avemarías. La enjuta figura de la Beata madre Teresa repasando las cuentas de su rosario. Sólo desde la experiencia de la oración continua, diaria y constante del rosario se descubre el inmenso valor de esta oración vocal. Al igual que los latidos del corazón o la respiración, que nos hacen vivir aunque no nos demos cuenta muchas veces de que nuestro corazón late o nuestros pulmones se hinchan de aire, las avemarías y las alabanzas surgen de nuestros labios y de nuestra mente hacia el cielo.
Si la única virtud del Santo Rosario fuese el estar veinte minutos sin hablar mal de nadie, ya tendría muchísimo valor. Pero además en el rosario contemplamos la vida de Cristo de la mano de María. En cada misterio -o en cada avemaría-, encomendamos las personas y las situaciones que nos rodean, ponemos al mundo y a la Iglesia en manos de Dios y dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros.
No te importe ser “el cansino” del cielo. Cuando nos encontremos cara a cara con Cristo y con nuestra Madre nos daremos cuenta de lo poco que hemos tratado a nuestro Dios, del tiempo que hemos perdido en conversaciones vanas, en críticas infecundas, en vaciedades sin sentido.
Cuida hoy, y siempre, el rezo del rosario. Enséñalo a rezar a otros. En mi parroquia gente joven ha aprendido a rezarlo y les gusta, no es una oración de viejecillas. Se puede rezar por la calle, en el metro, en el coche, en familia, solo o acompañado,… ¿se puede pedir más?.
Santa María, maestra nuestra, ayúdanos a no ser “estúpidos” y a “responder a la fe.”