san Pablo a los Filipenses 2, 12-18; Sal 26, 1. 4. 13-14 ; Lucas 14, 25-33

«En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús». Así empieza el Evangelio de la Misa de hoy: «mucha gente». Produce una gran alegría ver que tanto entonces como en los tiempos actuales, mucha gente sigue al Señor; así lo hemos visto y nos llenamos de una gran alegría. Recordamos, por referirme a España, cómo en el inmenso campo de Cuatro Vientos una ingente multitud aclamaba al Papa, que es el Vice-Cristo en la tierra.

Una tarde en Cuatro Vientos, o una mañana en la Castellana, es fácil que “nos apuntemos todos”. Puede resultar hasta divertido: «un día cristiano lo tenemos todos». Un día vemos a un pobre, nos conmueve, y le damos hasta cinco euros, pero contribuir económicamente a la manutención de un convento de monjitas, o ayudar a sostener la página de Internet de mi diócesis de forma periódica, eso ya es otra cosa.

En un sentido mucho más importante que en términos de ayuda económica, pensemos en vivir una virtud, por ejemplo, la caridad. Vivirla un día, y con quien nos cae bien, y que nos hace favores, nos resulta fácil, porque «todos tenemos un día católico». Ese día somos capaces de sonreír al cónyuge -el día “católico”- aunque no nos apetezca. Pero ya empieza a ser otra cosa lo de «perdonar hasta siete veces siete» que nos pide el Señor, al cónyuge o al hijo o a la suegra o al jefe en el trabajo, es decir, vivir la caridad con quien convive con nosotros todos los días, y con ellos tener no solo un día católico sin un año católico… ¡una vida católica!

El Señor, que nos conoce, nos dice el Evangelio: «Él se volvió y les dijo». Y lo que nos va a decir es muy necesario en los tiempos en los que vivimos, en estos tiempos de impulsos, de imperio del gusto del momento, del dictado del sentimiento, de la pasión fugaz; tiempos que conocen poco de tenacidad y de constancia. En estos tiempo de mediocridad, y de tan poca exigencia con uno mismo y de renuncia, «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a si mismo, no puede ser discípulo mío». Al final, como si estuviera pensando en la mentalidad economicista de hoy, añade: «el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Aquí, ahora el lector puede hablar, enojado, de todas las teorías que se han lanzado sobre las riquezas de la Iglesia. Da lo mismo. Aquí el Señor nos está hablando a cada uno, individualmente; «el que…», con el que el Señor inicia estas frases tan exigentes, siempre es una llamada personal: yo, tu él. Como recordábamos estos días pasados –el día de todos los santos, y el de los fieles difuntos- al final, el encuentro es, el mío, con Dios, encuentro personal e intransferible. No valdrá decir que el vecino de al lado se creía muy buen católico pero era muy mala persona, de modo que “yo, enfadado por tanta hipocresía, dejé de practicar y, por lo mismo, dejé de ir a Misa los domingos”; es decir, la culpa de mi pereza, de mi falta de trato con Dios, y de mis pecados, es del vecino. “Lo siento”- puede ser que nos digan aquel día de nuestro examen delante del Señor- “pero cuando llegue él -el vecino que te dio tan mal ejemplo- ya hablaremos. Ahora estás tu y Dios frente a frente: hablamos de tu vida: ¿como has vivido tu la fe? ¿Como te has comportado moralmente tu? ¿Cómo has respondido tu a estas exigencias que nos pedía el Señor para con tu familia, en tus negocios, en tus conversaciones o en el trato con los demás?”

Vienen al caso estas palabras de San Pablo, recogidas en la primera lectura de la Misa de hoy: “cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una gente torcida y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir. El día de Cristo, eso será una honra para mí ”. Vivamos no un “día católico”, sino todos los días, y despreocupándonos de lo que hacen o piensan los demás, lo importante es que yo haga el bien, todo el que pueda. “El día de Cristo, eso será una honra para mí ”.