Malaquias 3, 19-20a; Sal 97, 5-6. 7-9a. 9bc ; san Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12; san Lucas 21. 5-19

En el “Congreso de Apostolado Seglar” que se está celebrando en Madrid, ha recordado Monseñor Fernando Sebastián que “nos acosan por todas partes, pero no pueden con nosotros.” Gracias a Dios que nos acosan. Los cristianos, los católicos, podríamos buscar una especie de “pax romana” en la que cayésemos bien a todos, fuésemos tan “tolerantes” (en el peor sentido de la palabra), que no nos preocupase la humanidad, cada hombre y cada mujer, y estuviésemos en pelea constante contra el pecado, que deshumaniza se sea cristiano o no.
“Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán entregándoos a los tribunales y a la cárcel (…) Y hasta vuestros padres y parientes y hermanos y amigos os traicionarán y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre.” No es un panorama nada halagüeño el que nos presenta el Evangelio de hoy: ni mullidos colchones, ni grandes éxitos ni aplausos del público. Persecución, traición, incomprensión e incluso la muerte es el destino del cristiano. ¿Por qué? Porque el poder del pecado es muy grande, trastoca el corazón de los hombres y los lleva a destruirse, pero el cristiano tiene que anunciar que el pecado ha sido vencido, que podemos vivir en Cristo de una manera nueva. El demonio se sabe herido de muerte, sabe que su tiempo se acaba, que cada día que tiene es un día menos de su “reinado” y quiere morir matando. Se retuerce en medio de su ponzoña dando coletazos para llevarse por delante a los que pueda. Por eso los cristianos nunca recibirán aplausos, sino tortazos.
¡Menudo panorama!, pensará alguno. Muchas veces nuestro “problema” es querer evitarnos los golpes y “pasar desapercibidos,” siendo “buenecitos” sin meternos con nadie y que nadie se meta con nosotros, es decir “estar muy ocupados en no hacer nada.” Confiamos sólo en nosotros mismos, sin darnos cuenta que “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” pues estamos en manos de Dios.
Los cristianos no nos dedicamos a dar golpes, los recibimos. Molestará profundamente a los enemigos de Dios el que vivamos castamente, el que seamos sinceros, honrados, trabajadores, cumplidores de nuestras obligaciones cívicas, fieles, caritativos, entregados, piadosos, coherentes y sepamos amar como Dios ama. Les molestará tanto que nos exigirán vivir en la tibieza, no ser demasiado malos, pero tampoco excesivamente buenos. Si nos hacemos cristianos “light” nos aplaudirán, apoyarán y valorarán. Si somos criaturas nuevas en Cristo nos darán de tortas hasta en el carné de identidad. Sin embargo, convéncete, sólo salva el nombre de nuestro Señor Jesucristo, no la mediocridad.
Hoy, domingo, miles de cristianos nos encontraremos en torno a Cristo en la Eucaristía. Nos alimentaremos de su cuerpo, nos dará “palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario,” si salimos de la iglesia dispuestos a vivir como cristianos, como personas creadas por Dios y llamados a un destino de gloria.
¿Nos acosan? Gracias a Dios. Nuestra Madre la Virgen estará allí para curarnos cada golpe que recibamos por ser de Cristo.