Apocalipsis 15, 1-4; Sal 97, 1. 2-3ab. 7-8. 9 ; san Lucas 21, 12-19

“Yo, Juan, vi en el cielo otra señal”. Así empieza la primera lectura de la Misa de hoy. Esta es la tercera señal de la que nos habla San Juan en el Apocalipsis. Otra es “una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Está encinta y grita al sufrir los dolores del parto y los tormentos de dar a luz”. Y la última señal de la que nos habla San Juan nos la relata, poco más adelante: “Apareció entonces otra señal en el cielo: un gran dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas (…) el dragón se puso delante de la mujer, que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera”.

Nos cuentan el enfrentamiento entre el dragón (o el diablo) contra la mujer y su Hijo, el Mesías, y la lucha entre el Arcángel Miguel y el demonio. En los pasajes del Apocalipsis se nos anuncia la llegada del desenlace final, de la tensión existente entre los poderosos del mal y la Iglesia de Jesucristo. Los tiempos que describe San Juan, como vemos, no acaban nunca mientras permanezcamos en esta tierra.

Pero, lo más importante, son los pasajes finales de estos versículos donde vemos -y nos sirve a nosotros para nuestra meditación-, que una vez más la oración de los fieles, la oración de los santos, precede siempre a la intervención de Dios.

Añadamos un aspecto concreto del tipo de oración que es quizá la más eficaz. El pasaje nos habla de orar a Dios, pero el inicio de la salvación está en concreto en la oración de alabanza; oración que tantas veces olvidamos. La oración que nos “sale” casi espontánea del corazón es la oración de petición: “Señor, dame esto”; “Señor por mi padre que está enfermo”; “Señor, atiende este asunto económico”. Y hacemos muy bien de acudir a Dios también de este modo, pero es muy interesante caer en la cuenta, y lo hacemos ahora a propósito de ésta meditación, de que además de la oración de petición, está la oración de acción de gracias, de reparación y la que ahora comentamos, oración de alabanza.

Estos pasajes del Apocalipsis, no solo nos dicen que existe esta oración, sino que nos animan a realizar y a ser constantes también en esta oración de alabanza a Dios. Mira lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2639)

Nuestro propósito de hoy: dar gloria y alabanza a Dios por ser quien es, porque es eterna su misericordia, porque es digno de ser amado por si mismo. Por ser vos quien sois bondad infinita.