Apocalipsis 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9a; Sal 99, 2. 3. 4. 5 ; san Lucas 21, 20-28

En la primera lectura de la misa, en sus primeros versículos, se contempla la caída y ruina de Roma, según el uso profético de vaticinar un acontecimiento futuro como si ya hubiera ocurrido: así se anuncia su caída; y se exhorta al pueblo elegido a alejarse de esa ciudad y, sobre todo de sus depravaciones, pues se anuncian castigos.

Es toda una llamada para que también nosotros sepamos evitar nuestras propias caídas; es una exhortación que podemos leer o interpretar como una petición del apóstol san Juan a alejarnos de las tentaciones, si no queremos que se convierta nuestra alma “en morada de demonios” como nos dice hoy la primera lectura de la Misa.

¿Qué es lo que ha provocado todo esto? Entre los pecados que se achacan a la gran ciudad y que han causado su ruina, figura el “espíritu impuro”. El embeberse de éste espíritu llevará, a cualquier hombre que se deje conducir o seducir por él, a la degradación y la autodestrucción. Ciertamente pasa en la sociedad, en la ciudad, pero es mejor pensar siempre, cuando hacemos oración, en nuestra propia vida. Además, es evidente que una sociedad corrompida lo es porque están corrompidos tantos o muchos de sus componentes, de los miembros -personas singulares- que constituyen esa sociedad.

Hace unos días el Presidente de la Conferencia Episcopal Española al inicio de la 83 Asamblea de la Conferencia expresaba a qué conduce lo que muchas veces el hombre considera como “progresismo” o adelantos cuando estos se hacen de espaldas a Dios. Así, manifestaba don Antonio María Rouco que: “no solo la experiencia creyente, sino también la mera experiencia histórica pone hoy de manifiesto que las viejas ideologías agnósticas y ateas son absolutamente incapaces de dar lo que prometen”. El Cardenal de Madrid, para corroborar estas afirmaciones, no se iba en elucubraciones, a veces alejadas de la realidad, sino que deseaba que pusiéramos nuestros ojos en el más cotidiano de los entornos. Y así seguía su discurso diciendo que “la historia del siglo XX ha dejado en evidencia sus consecuencias reales. Prometieron liberación y han generado opresión; prometieron vida y han generado muerte; prometieron la paz y han dado lugar a las guerras más sangrientas de la historia; prometieron derechos sin supuestas trabas éticas o religiosas y han dado lugar a ‘intentos de exterminación de pueblos, razas y grupos sociales y religiosos llevados a cabo con frialdad calculada’ ”.

Y por si alguien pensaba que estas actitudes y falsas concepciones de la realidad son agua pasada, algo del siglo XX, Mons. Rouco todavía tuvo tiempo para lamentar que “se siguen oyendo propuestas y programas que pretenden descalificar la voz de la fe y de la ética calificando a la religión y a la Iglesia como instancias desfasadas y poco amigas del hombre y de su futuro”. Y el Presidente de la Conferencia Episcopal Española terminaba lanzándonos un deseo: “sería necesario abrir los ojos a las lecciones de la historia”.