Apocalipsis 22, 1-7; Sal 94, 1-2. 3-5. 6-7 ; san Lucas 21, 34-36

Hoy es el último día que la Iglesia pone a nuestra consideración estos pasajes que ha puesto ante nuestra vista en días anteriores. Mañana, será el primer domingo de Adviento.

Así, eliminadas todas las fuerzas del mal, incluso la muerte, San Juan contempla ahora, como momento culminante del libro, la instauración plena del Reino de Dios: un mundo nuevo sobre el que habitará la humanidad renovada -la nueva Jerusalén- y cuya llegada está garantizada por la palabra del Dios eterno y todopoderoso. Esa humanidad -el Pueblo de Dios- es presentada como la Esposa del Cordero, y descrita detalladamente como una ciudad maravillosa en la que reinan Dios Padre y Cristo.

En el capítulo anterior al de la Misa de hoy, se nos habla del mundo nuevo hecho por Dios. Aunque este mundo llegará a su plenitud en el último día, ya ahora, desde que Jesucristo murió y resucitó, se ha indiciado la renovación final. A este respecto es muy bueno, para considerarlo detenidamente, lo que San Gregorio de Nisa en su “Oración sobre Cristo resucitado, enseña; así, dice: “Ha comenzado el reino de la vida- y se ha disuelto el imperio de la muerte. Ha aparecido otra generación, otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra misma naturaleza. ¿De qué generación habla? De la que no procede de la sangre, ni del amor carnal, si del amor humano, sino de Dios. ¿Preguntas que cómo es posible? Lo explicaré en pocas palabras. Este ser lo engendra la fe; la regeneración del Bautismo lo da a luz; la Iglesia, cual nodriza, lo amamanta con su doctrina e instituciones y con su pan celestial lo alimenta; llega a la edad madura con la santidad de vida; su matrimonio es la unión con la Sabiduría; sus hijos, la esperanza; su casa, el Reino; su herencia y sus riquezas, las delicias del paraíso; su desenlace no es la muerte, sino la vida eterna y feliz en la mansión de los santos”.

En este mismo sentido el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes (n. 39), nos alienta a detectar y percibir que “el reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor –dice- se consumará su perfección”.

Terminamos como colofón a estos versículos, que hemos venido contemplando del Apocalipsis, con otras palabras de la Gaudium et spes, en el mismo número, del Concilio Vaticano II: “Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos lo deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios serán resucitados en Cristo, y lo que fue sembrado en debilidad y en corrupción, se vestirá de incorruptibilidad; y, permaneciendo la caridad y su obras, toda aquella creación que Dios hizo a cusa del hombre será liberada de la servidumbre de la vanidad”.