Isaías 62, 1-5; Sal 88, 4-5. 16-17. 27 y 29 ; Hechos de los apóstoles 13, 16-17. 22-25; San Mateo 1, 1-25

Qué poco nos queda. Hoy es 24, y ya nos hemos recuperado del trauma de la lotería, aunque siguen bullendo de gente las calles de nuestras ciudades con personas que entran y salen de las tiendas con prisa y con ganas de llegar a todo. Tenemos prisa, mucha prisa por ultimar los detalles para que todo quede bien, para envolver los últimos regalos, para colocar los últimos lazos, para darle el toque sugestivo a la cena… y vamos un poco como a tientas.
Tengo para mí que a pesar del bullicio, de los ruidos y del vaivén de todo, hay una especie de silencio de fondo porque también nosotros, como Zacarías, estamos un poco afectados y mudos, sellados los labios y el corazón. Aunque no nos demos cuenta nos cuesta mucho decir palabra, porque la palabra que hay que pronunciar en estos momentos una de dos: o nos huele a tópico, o nos sale un poco amarga. La lógica de lo humano que se quiere imponer a la lógica de Dios.
Hoy sin embargo, Zacarías, el hombre que veíamos ayer mudo, porque había puesto más confianza en lo lógico que en lo de Dios, parece transformado, lleno de una locuacidad que sorprende. Después de acatar el plan de Dios diciendo el nombre de su hijo: Juan, tal como lo había dicho el ángel, se llena del Espíritu Santo, y empieza a “largar”. Y larga maravillosamente bien.
Te invito a que leas con detenimiento el Benedictus, que es ese poema de alabanza a Dios por parte de un hombre que está agradecido. Los sacerdotes y, en general, las personas que rezan Laudes (esa hermosa oración de la Iglesia), tienen diariamente la dicha de acompañar a Zacarías en esta alabanza al Señor. ¿Y qué se dice aquí? Pues algo muy concreto: se da un repaso a la acción de Dios a lo largo de la historia, y se percibe con nitidez cómo nunca ha faltado su influjo para disponer las cosas de tal modo que el hombre quede fortalecido y pueda encaminarse a esa salvación que trae Cristo, el Mesías, el Señor de la Historia.
Cuando se tiende en tantas ocasiones a ver la historia, así con minúscula, como una especie de sucesión de acontecimientos que se acumulan al azar y que se manipulan después según el propio interés, qué bueno es darse cuenta de que la Historia, esta vez sí con mayúscula, está regida por la mano de todo un Dios que ama al hombre hasta la muerte, y que tiene un discurrir según esa providencia divina que hace que todo concurra para ese querer: mostrarle al hombre cuál es su origen, cuál es su punto de referencia, y cuál es su destino.
Las palabras de Zacarías, con la fuerza del Espíritu Santo, que las puso en su boca, acaba con la concreción de una esperanza: nos va a visitar el Sol que nace de lo alto, nos va a nacer el Salvador, y nos va a iluminar, quiere guiarnos por el camino de la paz.
Cuántos deseos genéricos se dirán en estos momentos, también de paz, de una paz precaria, construida por los hombres. Hoy, sin embargo, quisiera que tú y yo, miráramos al horizonte, a ese horizonte amplio de nuestra vida y nuestra propia historia, y descubriéramos allí al Señor, que nace sencillo, que nace de una virgen, que nace en un portal, y que reluce como el sol, porque es el Sol bello.
Vamos tú y yo a ser también sencillos y a adorarlo.