Isaías 60, 1-6; Sal 71, 1-2. 7-8. 10-11. 12-13 ; Efesios 3, 2-3a. 5-6; San Mateo 2, 1-12

El seis de enero pone delante de nuestra mente la realidad siempre necesaria de la adoración. Adorar a Dios: “entonces unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle”. Es el Evangelio de hoy.

Van a adorarle desde lejanas tierras sólo porque han visto salir “su” estrella. Es curiosa esta estrella de Jesús. Tendría que ser diferente a todo lo que habían visto antes estos hombres de ciencia que les lleva, de común acuerdo, a calificar aquel astro de “su” estrella, la estrella de Dios, y vienen a adorarle.

¡Qué olvidado tenemos adorar a Dios! pese a que es el primer y principal mandamiento de la ley de Dios; lo dice el mismo Jesucristo a aquel hombre que se lo pregunta: “adorarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas”.

En este día 6 donde unos hombres que tendrían tantas cosas que hacer, sabios, magos o, en cualquier caso, hombres intelectuales, de la época, con tantas inquietudes y deseos de saber, no les importa “perder el tiempo” metiéndose en caravana en búsqueda del Rey de los Judíos y, además -esto es muy importante- con una única finalidad: para adorarle, pues es la razón que dan a Herodes y a todos nosotros también. No les importa dejar sus ocupaciones de siempre para irse a adorar a Dios. ¡Este es el ejemplo del día de hoy para todos nosotros! Nosotros siempre tan ocupados.

Adorar es más que hablar con Dios, es someterle la inteligencia, la memoria, la imaginación, en una palabra, todo nuestro ser: rendirnos a sus pies; “como los ojos de la esclava están atentos a las manos de su señora” dice uno de los salmos queriendo claramente significar que lo único que busca, lo único que desea esa mujer es atisbar cualquier movimiento de su ama para, al instante, complacerla ¿estamos así los cristianos con nuestro Amor?

Rendir el juicio, la cabeza a Dios con todo el corazón, es la adoración: es lo más difícil en la época actual en la que vivimos, pero no solo por el poco tiempo, sino por la soberbia. Seremos capaces de dar dinero para ayudar a los que han sido asolados por la gran ola en lejanas islas o por un huracán en otro continente; estaremos dispuestos a ir a ocuparnos de las pobres gentes de la India colaborando con las hermanas de Calcuta, pero pararnos a las nueve de la noche, después del trabajo, delante del sagrario de nuestra parroquia y postrarnos a los pies del Señor y decirle: “Señor aquí está el oro de mis buenas obras -porque por ti las he hecho–; el incienso de mis oraciones a lo largo del día -pues presente te he tenido mientras iba de aquí para allá-; y la mirra con la que purificar mis faltas y pecados -porque he faltado hoy a la caridad, a la fortaleza, a la mansedumbre y a la piedad–; pero, como te dijo Pedro “Señor, tu que lo sabes todo, tu sabes que te quiero”. Esto es más difícil que lo hagamos.

Si será difícil que, de hecho, “el Rey Herodes se sobresaltó”. Cuando nos hablan, como yo ahora (que no soy yo, que es el Evangelio que nos muestra el ejemplo a seguir de los Magos) que dediquemos tiempo a la adoración a Dios, “nos sobresaltamos”.

Sin embargo no es este trabajo -la adoración- la menor de las funciones de nuestra mente, la menos importante porque “tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.» De nuestra adoración a Dios saldrá un afán de amor a los demás, que nos llevará a todos y a cada uno a ser “el pastor de mi pueblo Israel”, es decir, el ejemplo de mi casa, la referencia para mis amigos, el esposo bueno para la mujer, el hijo delicado para sus padres, el pastor que, uniéndose a los magos de Oriente se alegra “al ver la estrella”, es decir, la grandeza de poder ponernos a adorar a Dios. Entonces, entraremos hoy, día 6 de enero con los Magos “en la casa”, veremos “al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas” lo adoraremos; “después, abriendo sus cofres”, le ofreceremos “regalos: oro, incienso y mirra”.