Hebreos 6, 10-20; Sal 110, 1-2. 4-5. 9 y 10c ; Marcos 2, 23-28

Siempre existe gente a la que le muestras un horizonte amplio de cielo limpio y paisaje abierto hasta donde se pierde la vista, y él no, se empeña en ver las cosas por un tubito que le empequeñece la vista y le empequeñece la realidad. Son los que mi buen amigo Fernando llama burgueses, los cristianos de salón, que se preocupan más de la parafernalia que la esencia. Siempre los ha habido y siempre los habrá.
Las prescripciones judías eran, quizá, un poco meticulosas, tenían su por qué, es verdad, pero sacadas de contexto resultaban un poco curiosas. Prohibían, por ejemplo, hacer cualquier trabajo en sábado: era el día del Señor y había que dedicarlo a descansar y a darle culto. Cualquier judío tenía esto claro. No se podían hacer, por tanto, faenas agrícolas. ¿Qué hicieron los discípulos de Jesús? Sencillamente tenían hambre, y para distraerla un poco, al pasar por un sembrado arrancaron unas espigas, las frotaron entre las manos y comieron el grano. Un tentempié. Ya está. Pero en esto llegan los puritanos, es decir, los estrechos, y se ponen el canuto, y ya se sabe: el que se pone un canuto delante de los ojos ve la realidad a través del canuto. Nada más sencillo. Lectura de los judíos puritanos: pues que los discípulos habían llevado a cabo un trabajo que no se permitía en sábado, la siega. Vamos allá, será por exagerar…
Los hombres somos así, artistas en eso de coger el rábano por las hojas. ¿Cuándo aprenderemos a llamar las cosas por su nombre, ser un poco más sencillos y dejarnos de tonterías?
Los puritanos, como los cristianos de salón, se caracterizan por tener una religiosidad de diseño, una piedad de muestrario, y así van por la vida con una mentalidad corta, muy corta, y una mala idea grande, muy grande. ¿Y por qué tendrán esa mala idea con los demás? Pues muy sencillo, porque son tontos, y se dan cuenta de que algunos, precisamente los que ellos critican, tienen la suficiente inteligencia como para vivir las cosas sin complicaciones, y la suficiente bondad como para no alardear de ello. Y así viven una santidad que no se ajusta a cuadrículas, y a esquemas prefijados, sino que, como todas las cosas de Dios, sabe abrirse paso a ritmo de un amor que va más allá de lo tópico.
¿Entonces…? ¿No hay que hacer cosas concretas, prácticas piadosas, llevando un orden en esa relación con Dios…? Pues naturalmente que sí. Sabiendo que todo eso es el marco, que es un medio, no un fin, que no puede ser peso muerto, sino alas que nos lleven a Dios.
Yo, la verdad es que cuando tengo que trazar esa raya entre lo que “hay que hacer” y lo que Dios quiere que haga, y dudo, lo que hago es pensar en la Virgen. Y me pongo en sus manos y le digo que me enseñe a abandonarme en Dios. Me siento más libre que nunca y tengo la sensación de que Dios me mira con ternura, y con un punto de picardía en la mirada. Y me pongo muy contento.