Hebreos 7, 1-3. 15-17; Sal 109, 1. 2. 3. 4.; Marcos 3, 1-6

Resulta duro ver en el evangelio de hoy al Señor mirar a los que le rodeaban con una mirada de ira. Ya se entiende que esa “ira” de Dios no es la ira pecado capital, sino ese dolor profundo por enfrentarse con hombres de piedra, más que con hombres verdaderamente humanos, con capacidad de conmoverse, con capacidad de ver el lado bueno de las cosas, con capacidad de aprender, incluso de los momentos en que parece que todo se pone de “color de hormiga”. Ante esos profetas de desventuras, agoreros, y gente recalcitrante, el Señor se pone triste y mucho más: los mira con una mirada de “ira”.
¿Y por qué no los fulmina? ¿Y por qué no los cambia sobre la marcha haciendo de ellos gatitos mimosos? Porque el Señor quiere hombres libres y no marionetas. El Señor quiere que sean capaces de buscar la verdad y la encuentren, y después, reconociendo la verdad, la amen. El Señor no fuerza. Si nosotros fuéramos Dios lo haríamos de otra manera, no cabe duda, utilizaríamos métodos más contundentes, quizá. Pero por eso somos hombres y no somos dioses, porque no sabemos ser lo que Él es. Dios.
Uno se encuentra a cada paso a gente que parece tener todas las “vocaciones” excepto la suya, y son expertos en ponerse en el lugar de los demás para hacer las cosas (desde la barrera) mejor, mucho mejor que ellos. Y la gente tiene vocación de entrenador de la selección, de padre ideal, de hijo perfecto, de jefe idílico, de obrero sumiso, de marido amoroso, de mujer obsequiosa, y por supuesto, de presidente de gobierno, fiscal general del estado, y si lo dejas un poco a su aire, termina diciéndote que si él fuera Dios lo arreglaba todo en un pis-pas. Faltaría más.
Pero resulta que para colar goles no basta hacer aspavientos desde el sillón de casa, para ser padre no solo hace falta ver las cosas con mentalidad de hijo adolescente, y así hasta el infinito. Vivir vidas ajenas y organizar la vida a los demás está… tirado. Organizar la propia es ya… más difícil.
La pregunta del Señor a aquellos hombres bien podríamos hacérnosla cada uno: “Qué está permitido hacer en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo? ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?”. Déjate de juicios a los demás y responde a esas preguntas sencillas, que nos dejan helados a nosotros mismos: “yo ¿qué estoy haciendo? ¿cómo hago las cosas?”. Hacer el bien y dejarse de tonterías no es ninguna bobada. ¿Has pensado en ponerte ahora, ya, en marcha? Quizá puedes escudarte en que ése o aquél no están a la altura, en que los tiempos no están propicios, en que… las mil y una cosas que sirven de excusa para echar balones fuera. Nada. Pon tu corazón a remojo, a ver si se reblandece un poco, porque reconocerás conmigo en que lo tenemos un pelín duro. Y después, sin juicios a nadie (ni siquiera a ti mismo) mira al Señor. Se cruzará tu mirada con la suya, y verás que sus ojos te miran ya de otra manera. Seguro que María Santísima te ha ayudado a ver las cosas de otra forma.