Joel 2, 12-18; Sal 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17; Corintios 5, 20-6,2; san Mateo 6, 1-6.16-18

Cerca de mi parroquia están construyendo un gran bloque de pisos. Donde antes había un descampado (donde podía pasear al perro), llevan meses poniendo los cimientos. Grandes máquinas hacen profundos agujeros que rellenan de hierro y hormigón. Van pasando las semanas y parece que la obra no avanza, aún no levanta un palmo del suelo. Si no cimentasen bien todo el edificio se vendría abajo en poco tiempo, pues en esta zona de Madrid hay mucha agua subterránea. Me imagino que cuando terminen las obras de cimentación avanzará muy rápidamente la construcción.
Hoy es miércoles de Ceniza, muchas personas acudirán hoy a que se les imponga la Ceniza en la cabeza, comenzaremos la Cuaresma con un signo externo, visible, pero no puede quedarse ahí. “Cuando hagas limosna no vayas tocando delante la trompeta por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles. (…) Cuando recéis no seáis como los hipócritas a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para que los vea la gente(…). Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayuna.” Seguro que ni tú ni yo queremos pertenecer al grupo de los farsantes y de los hipócritas, para ello hay que poner bien los cimientos, aunque tardemos cuarenta días. “En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios.” Ese es el cimiento que tenemos que poner. “Ahora es tiempo de favorable, ahora es el día de la salvación.” No esperes a mañana, a la semana que viene o al momento que me venga bien. La Cuaresma es preparación para la Pascua, momento de disfrutar de la grandeza del sólido edificio construido por Dios: nuestra redención. Pero ahora hay que levantar el edificio.
Nuestra “prospección” de suelo es mirar nuestra propia vida. Excavar para quitar todo terreno blando, para descubrir cualquier falta o debilidad de nuestra existencia. “Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.” No podemos esperar a ver si “dentro de cuarenta días hemos cambiado,” hay que empezar a cambiar desde hoy. Aunque parezca que no avanzamos nada en nuestra vida interior Cristo estará poniendo los cimientos donde conviene. Si hacemos limosna, intensificamos la oración y no hacemos ascos al ayuno y a la penitencia, Cristo estará construyendo.
Tal vez te parezca una tarea ingente, muy superior a tus fuerzas; pero no hay que construir todo el edificio de golpe. Comienza con una buena confesión, para descubrir en qué terreno tiene que construir el Señor y quedará preparado para replantear la obra. Luego continúa con tu vida ordinaria (si es según Dios quiere), pero introduce las varillas de pequeños actos de piedad (el ofrecimiento de obras, el ángelus, la visita al Santísimo, la lectura del Evangelio, …), y únelo todo con el hormigón de la Eucaristía y algunos ratos de oración, con una caridad ardiente (que también hay que pedir al Señor), y quítate esos pequeños vicios o manías que te esclavizan tanto. Al principio parecerá una algo débil e inconsistente, pero si eres fiel y constante, fraguará pronto para poder empezar a construir encima.
“Convertíos a mí de todo corazón.” Pídele a nuestra madre la Virgen que no se quede en un buen propósito, en un poco de ceniza que se la lleva el viento, sino que sea ya una realidad que se refleja en actos. Pongámonos el casco y a trabajar ( o a dejar que el Espíritu Santo trabaje en nosotros).