Isaías 55, 10-11; Sal 33, 4-5. 6-7. 16-17. 18-19; san Mateo 6, 7-15

«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis”. Estas palabras del Evangelio de la Misa de hoy nos colocan delante de un posible problema que a veces se presenta en la vida de algunos cristianos.

Este consejo del Señor no significa en modo alguno, por ejemplo, que no haya que rezar, pongo por caso, el Rosario a la Virgen -pues ahí se usan muchas palabras: 50 Ave Marías–; o tampoco está diciendo que no hace falta ir a Misa -que es un acto litúrgico, largo–, o, menos aún está diciendo que “en lugar de pronunciar tantas oraciones piadosas, lo que a mi me gusta es que me habléis como os salga, espontáneamente que es la oración que vale”.

Digo que esto hay que matizarlo pero en general, no es esto lo que está diciendo el Señor. Es decir, no nos está diciendo que no recemos oraciones vocales. Tan evidente es lo que estoy diciendo que a continuación del Evangelio que te he citado al principio de este comentario, justo a continuación de las palabras que estamos comentando el Señor añade: “Vosotros rezad así: «Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”; y sigue toda la oración del Padre nuestro que el mismo Cristo nos enseñó, la oración vocal más importante del mundo.

Es decir, el Señor nos pide que recemos oraciones vocales. Podemos añadir además que siempre que la Virgen se ha aparecido a los hombres, sin entrar ahora en otras perspectivas y por referirme solo a dos indiscutibles momentos -Lourdes y Fátima- la Virgen a pedido a sus elegidos para que luego nos lo trasmitieran a todos los hombres, que rezáramos el Rosario que es otra de las oraciones vocales por antonomasia.

Los argumentos que daba al principio los suelen esgrimir, muchas veces, quienes no quieren rezar, alegando para justificar su pereza o desorden (que no es virtud) que “ellos ya rezan cuando les sale “de dentro” porque esa es la auténtica oración y no la de repetir -se suele tomar como ejemplo este pájaro- como un papagayo unas monótonas y aburridas oraciones”.

No. El Señor quiere las dos cosas: la oración vocal, y la que se suele denominar la oración mental: esa que dicen los otros, es decir, hablar con el Señor como se habla con un amigo, sin formulas, “como sale”, como se habla con un padre, con una madre o con los amigos; esta oración es valiosísima y queridísima por Dios pues es tenerlo como un amigo. Pero -la prueba la tenemos en el Evangelio de hoy- también es alabada y amada por Dios la oración vocal. Así pensaba Santa Teresa de Jesús: “y porque no penséis que se saca poca ganancia de rezar vocalmente con perfección, os digo que es muy posible que rezando el paternóster os ponga el Señor en contemplación perfecta, o rezando otra oración vocal; que por estas vías muestra su Majestad que oye al que le habla, y le habla su grandeza”. (Camino de Perfección. C. 25)