Ezequiel 18,21-28; Sal 129, 1-2. 3-4. 5-7a. 7bc-8; san Mateo 5, 20-26

El pasaje que recoge el Evangelio de la Misa de hoy debería de ser para nosotros un texto para llevar siempre en nuestro corazón bien aprendido. En general, todas aquellas enseñanzas que en el Evangelio se refieren a la virtud de la caridad, deberíamos tenerlas grabadas en nuestro corazón. Grabadas porque podemos tener la seguridad de que es ésta virtud, la de la caridad, la que más gusta al Señor de todas las que podemos y debemos practicar a lo largo de nuestra vida.

Este pasaje empieza en un tono muy exigente y pidiéndonos el Señor que nos desnudemos de toda apariencia e hipocresía: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.

A todos nos molesta muchísimo -nos repelen-las personas hipócritas; “falsas” les llamamos, o también con esta palabra que se ha convertido en adjetivo “fariseas”, que van con doblez, que no van de frente. ¡cómo nos molestan esas personas! Bueno, pues primero debemos pensar si nosotros mismos tenemos esa característica. Porque es muy fácil -como nos diría el Señor-“ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro”.

Pero hecha esta importante aclaración, fijémonos cómo el Señor sigue pidiéndonos una mayor exigencia en la virtud de la caridad y, sobre todo, en el aspecto de los juicios que hacemos sobre los demás: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego”. Acabamos de leer en el Evangelio de la Misa.

Si uno no supiera que estas palabras son de Jesucristo, pensaría que ¡menuda exageración!, por no decir, como solemos decir a veces “¡vaya tontería!”; y para justificar que es una exageración o una tontería añadiríamos: “si ahora todo el mundo habla así”. Bueno, pues no podemos justificar malas conductas -es decir, lo que va contra lo que el Señor quiere- alegando que la mayoría lo hace.

No podemos alegarlo porque lo que está bien o está mal no lo dice una mayoría o un consejo de sabios. Está bien o está mal según lo ya establecido por la Ley del Señor. Si todos los hombres votaran que está bien robar, robar siempre estará mal.

Llamar “imbécil” o “renegado” es evidente que son dos palabras que el Señor elige para decirnos que no debemos insultar al prójimo, que no debemos mal decir, decir malas cosas de él; que no debemos murmurar ya sea con difamaciones o, menos aún si cabe, con calumnias. Pero digámoslo en sentido positivo porque, probablemente, nos ayudará más: debemos hablar bien, resaltar las virtudes del prójimo, fijarnos en las cosas buenas; tapar, sí, tapar incluso sus defectos; aprender de él en los aspectos virtuosos de su conducta y olvidar los que no sean tan edificantes. Olvidarnos -esto es muy importante-olvidarnos de “las faenas” que nos hizo en el pasado; y recordar, en fin, por el contrario tantas veces como nos demostró su amor y su cariño. Así es como tendremos también puesta sobre nosotros la mirada amorosa de nuestro Señor Jesucristo.