Jeremías 18, 18-20; Sal 30, 5-6. 14. 15-16; san Mateo 20, 17-28

Estamos en cuaresma y nos vamos adentrando poco a poco, en el descubrimiento y razón de ser de la vida de Cristo en la tierra. Hoy, el Evangelio de la Misa nos ofrece una oportunidad de ahondar -son las propias palabras de Cristo, no hace falta interpretaciones- en cómo hemos de caminar por la vida los cristianos, es decir los imitadores de la vida de Cristo, que de ahí viene el nombre.

Y así, nos cuenta San Mateo, que un día en que estaban subiendo Jesús con los discípulos hacia Jerusalén, “tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen”.

El panorama no puede ser más desalentador. Les habla de lo que le va a pasar dentro de nada, de por qué él ha venido a la tierra: redimir con su pasión y muerte a los hombres, es decir, entregarlo a muerte (traidoramente, por cierto, que aún duele más si cabe, por uno de los suyos), que se burlarán de él, lo azotarán y, finalmente lo crucificarán. Este, no lo olvidéis, es el camino del cristiano, pues es el camino de Cristo.

Pero ellos, los Apóstoles, igual que nosotros estamos pensando probablemente en otra cosa. En el éxito, que lo interpretamos como señal de que a Dios le parece bien todo lo que hago, que si todo me va bien en la vida, es prueba clara de que Dios está conmigo; que si no tengo sufrimiento, que si me aumentan el sueldo o voy a un trabajo mejor, de mayor prestigio; si todo el mundo me quiere, me comprende y me aprecia será signo cierto de que Dios también me quiere. etc. Y al revés, cuando todo me va mal, uno piensa “¿por qué Señor? ¿por qué te portas así conmigo?”. Y vaya ya por delante que muchas veces por no decir nunca, está unida la vida interior con la vida exterior. Según nuestro razonamiento, el Señor, San Pedro, San Pablo, etc., no serían buenos porque les fue fatal. Algo falla aquí.

Y el Evangelio de la Misa de hoy ha querido, pienso que adrede, ponernos en la vida de Cristo este contraste tan grande entre lo que supone ser buen cristiano -amar la Cruz-y lo que buscamos nosotros los hombres, incluso llevados de buena fe, por ejemplo, ¿qué es lo que quiere una madre para sus hijos sino lo mejor? Y, lo mejor, es para una madre, lo que antes, por ejemplo decíamos: mejores trabajos, dinero, salud, comprensión y aprecio por los hombres, ¡ser Ministro! o ¡ser rico!, y, por supuesto no sufrir.

“Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición”. Escuchemos qué quiere la madre: Señor “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. No acaba aquí la cosa, sino que para que se vea que esas intenciones no solo eran de la madre, madre buena, ni solo de los dos hijos, el Evangelio de la Misa nos dice un poco más abajo que: “Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos”, que eran dos apóstoles como ellos diez.

Pero que no piense el lector que se indignaron porque “ni la madre ni los dos hijos se daban cuenta de que la vida del cristiano es otra cosa, que no han entendido qué es la humildad, que no se trata de buscar los primeros puestos”; no, no se indignan por eso, sino que su enojo, el de los otros diez, proviene por pensar -lo diré con expresiones actuales– que: “qué se han creído esos dos” “¿acaso se creen que son más que nosotros, que tienen más mérito”? “¡pues sí que estamos buenos!”, “¡faltaría más!: aquí como te descuides se te cuelan”.

Que ese era su enfado no hay duda porque, también nos dice este texto del Evangelio que “Jesús, reuniéndolos”, (reúne a “todos”) les dijo: “sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros (entre los doce): el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”.

Hoy no hay más que comentar, además, porque se ha terminado el espacio.