Génesis 37, 3-4.12-13a. 17b-28 ; Sal 104, 16-17. 18-19. 20-21; san Mateo 21, 33-43.45-46

“Ahí viene el de los sueños, vamos a matarlo”. Esta es una frase que, como habréis reconocido, es de uno de los hermanos de José, que fue vendido al Faraón de Egipto por treinta monedas y es figura de Cristo.

Resulta sorprendente lo mal que a veces nos caen las personas idealistas y buenas. El idealista, tonto que vive en las nueves, no nos importa; incluso lo compadecemos: nos da pena, es un iluso. Vive en un mundo mágico, de fantasía, irreal, falso. Hasta cierto punto el sentimiento que, a veces, puede despertar en nosotros alguien así es, incluso, de una cierta envidia por ver “lo feliz que vive en las nubes”.

Pero el que tiene sueños grandes, es bueno, trabajador y alegre, y que lucha por hacerlos realidad, consiguiéndolos en algunas ocasiones, -los sueños muchas veces se cumplen cuando uno trabaja, o se dedica tiempo y tesón-, entonces nos enfada, y podemos decir o pensar: “ahí viene el de los sueños, vamos a matarlo”.

Es terrible, no ha hecho nada malo; al revés, era -nos cuenta la Escritura- el hijo que consolaba y daba alegría a su padre ya anciano; probablemente, estaría siempre con una sonrisa en su rostro. No he dicho en “la boca”, pues puede ser postiza: ¡cuantas caras bonitas y sonrientes en la televisión! que sólo lo son ahí, esto es, “ante las cámaras”. Lo importante, por el contrario, es sonreír en la cocina, en el trabajo, al “pesado” del yerno o sonreír a quien nos maldice, sonreír a quien nos persigue, devolver una sonrisa -devolver bien- a quien nos quiere mal y sabemos que nos quiere mal. Por eso se trata de “sonrisa en el rostro”, porque con esa expresión se quiere reflejar que esa sonrisa sale del alma, y no solo como resultado de unos músculos frontales, dando paso a unos dientes blancos.

Nos cae mal, porque es nuestra conciencia: la gente buena, trabajadora y alegre, que habla de planes de Dios o suyos y que incluso a veces se entremezclan los de Dios y los suyos (no se sabe donde empiezan los del “Uno” y donde los del otro), esos son nuestra conciencia. Son los predicadores vivos, no muertos; son los predicadores andantes; no apoltronados y perezosos; son los predicadores alegres, no tristes; son los hombres de Cristo, no del diablo.

“Ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en qué paran sus sueños”. Esos sueños acabarán en el Cielo, junto a Dios y a su santísima Madre, y pararán allí, porque de allí no se puede pasar, y con una felicidad que tampoco habrá ya nadie que la pueda parar. Que Dios nos haga hombres soñadores de planes divinos, de sueños santos.