Comentario Pastoral
LAS ENSEÑANZAS DE LA SAMARITANA

La Samaría es desde la antigüedad una tierra prohibida, una tierra de descreídos y de heréticos. Jesús llega a esta región, despreciada por los judíos, para revelar el secreto de su mesianidad a una mujer de costumbres fáciles, al tiempo que trastorna el concepto tradicional del templo en un país de cismáticos.

Jesús en un mediodía caluroso tiene sed y pide de beber. El agua que ofrecen todos los pozos que se encuentran por los caminos del mundo solamente llegan a calmar de momento la sed del hombre. Cristo no quita valor al agua del pozo de Jacob, sino que se limita a poner de relieve su insuficiencia. Cristo no condena las aguas de la tierra, sino que ofrece el agua que salta hasta la vida eterna. La samaritana, que sólo piensa en el agua para la cocina y el lavado, es ahora la que pide: «Señor, dame esa agua; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla».Un agua de esa clase es una bicoca. Pero Jesús exige una sinceridad y conversión previa antes de dar el agua del evangelio. Hay que confesar nuestros falsos maridajes; es decir, la engañosa estabilidad, la ligereza que no comunica alegría, la desilusión raquítica del corazón para poder decir: «Señor, veo que eres un profeta».

Y la samaritana se olvida del agua, del pozo, del cántaro. Ahora la preocupa el culto a Dios, después de darse cuenta de lo estéril que es darse culto a sí misma. Y Cristo le descubre que por encima de los montes sagrados, lo que el Padre busca es adoradores en espíritu y verdad. A la región exterior, a la teología de superficie que le presenta la samaritana, responde con la religión del espíritu, con la teología de las profundidades divinas. Dios no quiere hipocresías religiosas, sino el corazón del hombre, entregado libremente y con adhesión total.

Y la «buena nueva» de la presencia del Mesías es anunciada por los labios de una pecadora, que se limita a conducir a Jesús a sus paisanos, ofreciéndoles su propio doloroso testimonio: «Me ha dicho todo lo que he hecho».

Andrés Pardo


Para orar con la liturgia
Cristo cuando pidió de beber a la samaritana,
ya había infundido en ella la gracia de la fe,
y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer
fue para encender en ella el fuego del amor divino.



Prefacio


Palabra de Dios:

Éxodo 17, 3-7

Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9

san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8

san Juan 4, 5-15. M-26, 39a. 40-42

Comprender la Palabra

«El agua del pozo, del manantial de Jacob» (Lectura del Evangelio); el agua, que Jesús le pide a la mujer de Samaría -«dame de beber»-, significa esa otra agua, «agua viva», «agua, que sólo El, Jesús, puede dar» (don de Dios), de modo que «el que beba de ella nunca más tendrá sed; más aún, «se convertirá dentro de él en un surtidor de agua, que salta hasta la vida eterna (=dando vida eterna). «Nunca más tendrá sed»,- «nunca más tendrá hambre» -repetirá el Señor, refiriéndose a la Eucaristía».

Este agua no es otra que El, Jesucristo, su Persona, su Vida, toda ella, salvifica. «Por El -por Jesucristo -hemos obtenido -nos dice el Apóstol (2ª Lectura)- la gracia, en que estamos: el amor de Dios, que -como el agua- ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado». El agua ¡símbolo de Cristo!, ¡símbolo del Espíritu Santo!.

Esta es el agua, que fue proféticamente anunciada en aquella otra, que manó de la roca, de la peña, de Horab en el Desierto del Sinaí (1ª Lectura). La Roca-Peña, según tradición judaica, acompañaba al Pueblo en su travesía por el Desierto, manando agua, que apagara la sed. El Apóstol San Pablo añadirá que «la Roca era Cristo».

Los tres Domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma ponen de relieve este año (ciclo A) el aspecto catecumenal de la Cuaresma. La Cuaresma es tiempo de preparación intensiva de los calecúmenos (todos en Cuaresma somos calecúmenos) para recibir los Sacramentos de la Iniciación Cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Noche de la Pascua, los tres Sacramentos, ¡profetizados en el agua, que Jesús le ofrece a la Samaritana! Recordemos a propósito la Aspersión con el Agua Bautismal en la Solemne Vigilia Pascual.

En el Diálogo de Jesús con la Samaritano hay una línea-vector, entre otras: el progresivo descubrimiento, que la Samaritana va haciendo de Jesús: un Personaje atrayente, inquietante… «un Profeta «… «el Mesías «… «el Salvador de Mundo». La Mujer de Samaría se convierte así en prototipo de todo catecúmeno, de todo el que llega por sus pasos a la Fe, en el encuentro con Cristo.



Avelino Cayón


el Sínodo Diocesano

La renovación de la Alianza (I)


Ante la convocatoria de un sínodo diocesano, es normal aspirar a objetivos particularmente sentidos y buscados en las experiencias pastorales de cada uno y proyectar las propias expectativas sobre ellos, pero conviene no perder nunca de vista la meta última: la renovación de la alianza que Dios estableció en la sangre de su Hijo y que la Iglesia celebra en el memorial eucarístico, aquí y ahora en Madrid. La Asamblea Sinodal será fecunda si contribuye a desarrollar una mayor fidelidad de la comunidad diocesana al plan salvífico de Dios y una más intensa comunión entre su miembros, fruto del Espíritu.


Antonio María Rouco Varela

Cardenal Arzobispo de Madrid
8 septiembre 2004

celebrar mejor


Cuaresma, Preparación Bautismal

La Cuaresma es tiempo de preparación; como si empezáramos de nuevo a ser cristianos y fuéramos a ser bautizados en la noche de la Pascua; la noche en que la Iglesia renueva el bautismo. «La liturgia cuaresmal prepara para la celebración del misterio pascual tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados de la iniciación cristiana, como a los fieles que recuerdan el bautismo y hacen penitencia» (Normas universales sobre el año litúrgico, núm. 27). A lo largo de las semanas de Cuaresma la Iglesia prepara a sus hijos a la renovación de las promesas del bautismo en la Vigilia pascual, cumbre del año litúrgico, 1a madre de todas las santas vigilias» (San Agustín).

A esta preparación están orientados sobre todo los domingos III, IV y V del ciclo A (año 2005), con los evangelios de la Samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Antiguamente estos tres pasajes formaban parte de las misas de los escrutinios cuaresmales de los candidatos al bautismo, que tenían lugar en estos mismos domingos.
Al perder importancia el catecumenado de adultos estos evangelios fueron desplazados a los días entre semana. La reforma litúrgica del Vaticano II los ha recuperado con el deseo de afirmar la temática bautismal de la Cuaresma. Las otras lecturas, cantos, oraciones y prefacios (propios para cada domingo) profundizan los aspectos catequéticos, doctrinales y espirituales.

El agua del bautismo es el manantial que salta hasta la vida eterna para colmar totalmente la sed del hombre. El bautismo fue llamado sacramento de la iluminación: luz que cura la ceguera de nacimiento de la humanidad. Cristo, Señor nuestro, «hombre mortal como nosotros que lloró a su amigo Lázaro, y Dios y Señor de la vida que lo levantó del sepulcro, hoy extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura a una vida nueva» (Prefacio domingo V Cuaresma, Resurrección de Lázaro). Los tres evangelios de San Juan siguen un esquema semejante: un encuentro, un discurso, un signo y una profesión de fe.



J. L. O.

Para la Semana

Lunes 3:

2 Reyes 5,1-15a. Muchos leprosos había en Israel; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.

Lucas 4,24-30. Jesús, al igual que Elías y Elíseo, no ha sido enviado en beneficio exclusivo de los judíos.


Martes 3:

Daniel 3,25-34-43. Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde,

Mateo 18,21-35. El Padre no os perdonará si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Miércoles 3:

Deuteronomio 4,1.5-9. Guardar los preceptos y cumplirlos:

Mateo 5,17-19. Quien cumpla los mandamientos y los enseñe será grande en el Reino de los cielos.

Jueves 3:

Jeremías 7,23-28. Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios.

Lucas 11, 14-23. El que no está conmigo, está contra mí.

Viernes 3:

Oséas 14,2-10. No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.

Marcos 12.28b-34. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor y lo amarás.


Sábado 3:

Oséas 6,1-6. Quiero misericordia y no sacri-ficios.

Lucas 18,9-14. El publicano bajó a su casa justificado y el fariseo no.