Isaías 42, 1-7; Sal 26, 1. 2. 3. 13-14 ; san Juan 12,1-11

Si hoy es lunes Santo, podemos colegir, sin temor a equivocarnos, que ayer fue Domingo de Ramos. Mucha gente vino a las cinco Misas que tenemos los domingos en la parroquia. Llegando del templo pequeño encontré a un chaval de unos doce años que salía de la parroquia. “¿Ya te has aburrido?” le pregunté. “No -me contesto-, es que soy alérgico al olivo y tengo que estar entrando y saliendo.” Era un esfuerzo tremendo venir a la Misa del Domingo de Ramos.
En la primera Misa del día venían las señoras y los señores a coger su ramo (los regalamos), con verdadera fruición. Incluso alguno se llevó media brazada de ramos sin bendecir para repartir entre sus familiares (más le valdrían para hacerse una chuletada). Otras llevaban para sus hijos y vecinos que no vendrían a Misa pues tenían cosas más importantes que hacer (por ejemplo: dormir). Ramos para alabar al Señor, colgar en la terraza y gritar dentro de seis días: ¡Crucifícalo! (eso sí, desde la cama). Me daba tanta alergia estar en medio de las discusiones para hacerse con los ramos como al pobre chico el olivo.
“¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselo a los pobres?” A Judas ya le debía dar alergia estar junto a Jesús. Debía sentir nauseas, mareos y buscaría cualquier defectillo para echárselo en cara a Cristo y reafirmarse en la verdad de su mentira. Así somos. Ayer hasta alguna mujer llegó a increparme y echarme en cara el poco tiempo que llevo en la parroquia (no me sonaba su cara, así que puedo suponer que en cinco años habrá venido unas cinco veces), para consolidar su postura egoísta y llevarse ella sola ramos para veinticinco personas, y eso que no la dije nada, simplemente estaba cerca.
“La casa se llenó de la fragancia del perfume.” Cuentan que algunos santos al morir o en circunstancias especiales de su vida expelen un olor a rosas. Se relaciona con aquello del “buen olor de Cristo.” Pues parece que a algunos que tristemente muchas veces presumen de seguidores de Cristo, ese olor les da nauseas. Se han acostumbrado a vivir en el estercolero de su egoísmo y el simple olfato de la caridad les hace vomitar. Como nuevos Judas llenarán de codazos a los asistentes a las procesiones, se quejarán si hace frío o hace calor, pisotearán al de al lado, criticarán si la procesión es muy pronto o demasiado tarde, les parecerá que el “paso” no está bien llevado y, después de contemplar de lejos la procesión -sentados en la terraza de un bar degustando una horchata-, volverán presumiendo de lo devotos que son del Cristo de su pueblo. Puede parecer una exageración, pero tristemente muchos cristianos se mueven por criterios similares.
Tú y yo no queremos ser así. Aunque por nuestro pecado parezca que nos dan “alergia” las “cosas” de Dios entraremos una y otra vez, hasta que por la Gracia de Dios estemos vacunados. “Mirad a mi siervo, a quien sostengo.” A nosotros no nos sostienen unos genes especiales, ni la opinión de nuestro entorno, ni nuestras apetencias, ni lo que nos gusta: Nos sostiene el Señor. Nuestra fortaleza no viene de ser mejores que nadie, pero confiamos en Dios por encima de todo. Nuestra caridad no es por tener buen corazón, es porque en el pobre descubrimos a Cristo paciente y humilde.
Revisa tu corazón y tus pensamientos. Si descubres la “lógica de Judas” y todavía echas en cara a Dios sus actuaciones, pues tú lo harías mejor, tienes unos días para acercarte hasta el Señor y decirle: Perdona la tontería que he dicho o he pensado, confío en ti. Así no saldrás a venderle durante la última cena.
Al pie de la cruz la Virgen no se encaró con Dios, confió. Pídele consejo y sinceridad.