Isaías 50,4-9a; Sal 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 ; san Mateo 26, 14-25

Llevo tiempo intentando convencer a mi vicario parroquial de las bondades de los ordenadores Macintosh frente a los basados en Windows (aunque sea Xp de ese). El otro día, después de haber formateado su PC por cuarta vez, tuvo que comprarse una disquetera externa. Ya no hay disqueteras simples, ahora leen todo tipo de tarjetas de memoria, y el Quijote si hace falta. Las instrucciones para instalarla en el PC eran las siguientes: después de insertar el CD y seleccionar si era windows´98, 2000, NT o XP, instalar los “drivers” con unas “sencillas” operaciones, reiniciar (a la vez que se enchufaba el cable USB), comprobar si funcionaba. Las instrucciones para instalarlas en un Macintosh eran conectar las disquetera y empezar a usarla. Por supuesto ahora no pensamos en cambiarnos de ordenador -no tenemos ni un euro de más-, pero descubrió que lo sencillo es mucho mejor.
“Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.” Judas parece basado en Windows, es demasiado complicado. Tuvo que buscar el momento de escabullirse del Señor para acercarse a los sumos sacerdotes, volvería a su lado silbando el “Asturias, patria querida” y, en vez de escuchar con atención al Maestro y descubrir la profundidad de sus gestos, sólo buscaba el momento para completar su traición. Se dejaría lavar los pies pensando en la ocasión propicia para entregarle e incluso asqueado de ver así al que ya despreciaba en el fondo de su alma. Teniendo cerrados los oídos y el corazón oía sin escuchar las palabras de Jesús en la Última Cena. Como buen traidor sólo se espabiló su oído cuando oyó las palabras “uno de vosotros me va a entregar.” Entonces se inquietaría, templaría sus nervios y procuraría dar su mejor aspecto -como todo aquel que tiene cosas que ocultar e imitaría el desconcierto de sus compañeros. Sabía que no preguntar a Jesús, como hacían los otros discípulos, le hubiera señalado directamente como traidor. Podría esperar que Jesús se estuviese “echando un farol,” adelantándose a los mejores jugadores de póquer, o tal vez alguien le hubiese delatado (los traidores piensan que todos son iguales que él), con lo que recibiría una buena reprimenda y, seguramente, una paliza. Lo que no podía esperar era la sencillez de la respuesta de Jesús. Sin gritarle, sin llamar la atención de los que estaban a su alrededor, sin acusarle y denunciarle le dijo al oído, casi en confidencia: “Tú los has dicho.”
Cuántas veces Dios nos trata así. No nos maldice, ni nos castiga con males en esta vida, ni nos grita señalándonos entre los hombres. Simplemente nos dice: Mira tu corazón, examina el fondo de tu alma. Tú y yo sabemos muy bien cuales son las raíces de nuestras traiciones. No echemos las culpas porque Dios nos quiere poco, o que la sociedad está muy mal, o a nuestra falta de fuerzas. Pecamos cuando no escuchamos su Palabra, cuando queremos que diga lo que nosotros queremos oír, cuando estamos a su lado pero tenemos el corazón muy lejos de Él, cuando no somos sencillos, humildes y agradecidos.
Judas se ahorcó, Cuando se dio cuenta que perdía a Jesús palpó el frío amor de las treinta monedas, incapaces de hacer arder su corazón como en otro tiempo hacía la palabra del Maestro, se desesperó. Perdió la ilusión cuando una vez acabado su servicio a la traición se dio cuenta de quién era el único que le quería como era, no por lo que hacía o decía, sino por él mismo, con todas sus debilidades.
Nosotros no queremos acabar colgados de un árbol. Comenzamos mañana el Triduo Pascual. Pídele al Señor que te “espabile el oído,” que nuestros despistes nunca se conviertan en traiciones. Atrévete a descubrir las raíces de tu pecado y dite: “Mira, el Señor me ayuda; ¿quién me condenará?” Y llegaremos hasta la Pascua.
María, Madre nuestra, que nunca seamos complicados como Judas, sino sencillos como tú.