Hechos de los apóstoles 13, 26-33; Sal 2,6-7.8-9. 10-11 ; san Juan 14, 1-6

Ayer, después de celebrar la Misa, se me acercó una señora de avanzada edad con el rostro un tanto triste. “Estará usted preocupado con la elección del nuevo Papa, ¿verdad?”, me dijo. Le contesté que si las palabras que yo había dicho poco antes, durante la Eucaristía, daban la impresión de preocupación o, por el contrario, alegría y agradecimiento a Dios por la elección de Benedicto XVI. “¡Ah!… -respondió- ¿es que no ha leído los periódicos acerca del nuevo Papa? Incluso, en algunas tertulias en la televisión, hay sacerdotes que hablan de la vuelta hacia atrás de la Iglesia”. Con una sonrisa le dije que esas críticas y ataques contra la Iglesia eran un verdadero signo de la gran elección que habían hecho los cardenales en Benedicto XVI. La señora volvió a la “carga”. Se hacía eco de los que hablaban del que había sido el “Inquisidor” de la Iglesia, que las mujeres ya no podrían ordenarse sacerdotes, la amenaza de los que padecen el Sida, y que no podrán usar preservativos… En fin, toda una retahíla de tópicos a los que ya estamos tan acostumbramos. Como responder a cada una de sus dudas me supondría toda una catequesis anual, simplemente le contesté que si sabía de la vida de cada uno de esos que inferían semejantes críticas. “¿Es gente que reza? ¿Creen en Jesucristo? ¿Tienen devoción a la Virgen? ¿Aman a la Iglesia?”… Como mi interlocutora quedó un tanto confusa, le dije: “Mire, cuando Jesús habló de las Bienaventuranzas, nunca se refirió a lo bien que lo íbamos a pasar aquí en el mundo, sino que aludió a los que iban a sufrir persecución a causa de su Nombre?… Además, ¿sabe que Benedicto XVI reza el rosario todos los días?”. Esgrimió una sonrisa, y me respondió: “¡Haberlo dicho antes!… si reza el rosario, entonces es un gran Papa”. Creo que le convenció más a la buena mujer la devoción de Benedicto XVI a la Virgen, que no lo de las Bienaventuranzas.

“Aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar”. Lo que San Pablo recordaba a sus oyentes en la Sinagoga de Antioquía acerca de Jesús, es exactamente lo mismo que ocurre en nuestros días. A muchos no les importa en absoluto cuál sea la verdad, lo que resulta insultante es que alguien les recuerde que viven en la mentira. Mientras la conciencia se encuentre en silencio, es decir, sin nada que les advierta que andan en el error, todo va bien. Cuando la “lucecita” (como un amigo sacerdote dice) se pone en rojo, es decir, que alguien nos advierte que lo que hacemos no es correcto, entonces… ¡a ése hay que “barrerlo”!, pues usurpa, con la verdad, mi mediocridad y mi aburguesamiento. No hay nada que juzgar en Benedicto XVI, si no es que se trata de un hombre que ama a Dios por encima de todo… y por encima “del qué dirán”.

El Papa, igual que Juan Pablo II, nos ha dicho que no tengamos miedo. Vienen muy bien las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. ¡Cuánta alegría ha de darnos sentirnos en tan buenas manos! Decía otro sacerdote, poco después de la elección de Benedicto XVI, que se avecinaba un viento fresco en la Iglesia, y que la sonrisa del nuevo Papa transmitía paz, serenidad y mucho amor… “¡Qué hermosos los pies de aquel que anuncia al Señor!”.

Por cierto, para aquellos que ponen tantos “peros” acerca de lo que se avecina con el pontificado de Benedicto XVI (llamándose a sí mismos católicos), les diría que no pierdan más el tiempo en “tonterías”, y que, de una vez por todas, si realmente quieren lo mejor para la Iglesia, preparen una buena confesión, y que acudan al Sacramento de la Reconciliación. Dios, verdaderamente, sólo conoce el lenguaje de la Misericordia, y este Papa lo sabe muy bien. Te propongo, amigo mío, que todos los días reces un Avemaría (la buena señora, protagonista de mi historia, me dijo que iba a rezar un Rosario diario) por un largo pontificado de Benedicto XVI… él ya está rezando por ti.