Hechos de los apóstoles 16,11-15; Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b; san Juan 15,26-16,4a

Tal vez alguno se haya quedado con la duda sobre qué tal en Fátima, si le he arrancado ese milagrillo a la Virgen, en definitiva, ¿qué tal el viaje?. A los curiosos lamento decepcionarles pues no les voy a contestar hoy. Tengo varios motivos: primero el pudor que de vez en cuando impide poner negro sobre blanco algunas cuestiones; segundo que aún no he visto a mi director espiritual (un inciso: me hace gracia esos que odian la palabra director y prefieren hablar de acompañante espiritual o similares, yo, al menos, necesito alguien que me dirija cuando me equivoco, no que me acompañe hasta el infierno). Tercer motivo para no contar la experiencia de mi viaje a Fátima es que estos son comentarios sobre el evangelio y no una autobiografía; y cuarto -pero no por ello menos importante-, es que todavía no me he ido, estoy escribiendo este comentario el viernes pasado (hoy estaré todo el día en un autobús), así que no puedo contar lo que aún no ha pasado. Podría inventármelo, pero me daría vergüenza de mí mismo.
Puede parecer algo de “Perogrullo,” pero creo que muchas veces “contamos el viaje” antes de empezar a hacerlo. “También vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.” A veces pretendemos dar testimonio de Cristo sin haber estado con Él, sin que el Señor “nos abra el corazón para aceptar todo lo que nos dice” (parafraseando la experiencia de Lidia en la primera lectura). A veces los cristianos nos hemos acostumbrado a recitar y repetir fórmulas (no hablo de aprenderse de memoria el catecismo, que a mí me hizo mucho bien), sino el mantener una “pose” de cristianos, pero sin agarrarnos a Cristo. Muchas veces nos inventamos lo que seríamos, lo que haríamos en tal o cual situación. Pero podemos equivocarnos en nuestras “invenciones,” en lo que imaginamos que podría ser y tal vez algún día encontremos una idea que nos parezca más cómoda, más útil o incluso nos resignemos a vivir en una falsa humildad: “lo que yo creí que sería, no lo soy.” Así muchos han renunciado a ser sinceros, a ser castos, a ser valientes, a ser fuertes, a ser personas de esperanza. Esa imagen idílica que tenían de sí mismos no se ha cumplido ante la prueba. Pero el Señor no nos habla de lo que podríamos ser, de lo que podría hacer, nos dice: Os he dicho esto para que cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho.” A no ser que estemos enfermos, los recuerdos no nos fallan, lo hemos vivido y sabemos que ese suceso aconteció como nos acordamos y sabemos que es verdad. No lo hemos leído en el periódico o en un documental, lo hemos vivido y eso nos da certeza y seguridad.
Concretando, que se acaba el folio. Cuando te duelen las nalgas de estar sentado delante del Sagrario, pero estás pues sabes que Él esta allí (aunque tus pensamientos estén de peregrinación en Hollywood). Cuando vives la caridad aunque sepas que te están engañando pues quieres al otro como hijo de Dios. Cuando callas tu lengua para intentar mirar al otro como Cristo lo miraría y no cabe en tu boca la crítica inicua. Cuando no admites la injusticia en tu entorno. Cuando organizas tu día poniendo en el centro, y no para los ratos sueltos, la oración, la Santa Misa, a la Virgen. Cuando sabes sonreír cuando te pisan. Cuando tantas cosas nos cuestan tanto, pero somos fieles y constantes y acabamos descubriendo allí las maravillas de la misericordia de Dios y su cercanía, entonces se consigue que “no se tambalee vuestra fe.”
Algunos quieren contar el viaje antes de empezarlo. Otros quieren ser mártires pero antes dejan de rezar el rosario si se despistan. Como dice el dicho: “Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.” Si no rezamos, si no estamos unidos a Cristo (aunque nos cueste seguirle), cuando “nos den muerte” a lo que aprendimos sobre el hombre, la caridad, la familia, la sexualidad, la justicia, el amor, la sociedad, la Iglesia, etc., seguramente huyamos a defender “nuestra vida” para que no nos insulten o nos marginarán.
“Hágase en mí según tu palabra.” Nuestra madre la Virgen comenzó el viaje y llegó hasta la meta, no nos cuenta ideologías o invenciones. A ver si tú y yo, sabiendo que el “Espíritu de la Verdad que procede del Padre,” está siempre con nosotros, nos atrevemos a comenzar el viaje.