Corintios 15, 1-8; Sal 18, 2-3. 4-5 ; san Juan 14, 6-14

No, aún no me he ido a Fátima. Para mí sigue siendo viernes y no he comenzado el viaje y, por lo tanto, aún no he vuelto.
Esta tarde, podría haber sido cualquier otra, me comentaban el problema con un chaval de diecisiete años al que se le ha educado entre caprichos y tortazos. Ahora no hay quien haga “carrera” de él: Pasa de sus padres, no estudia, no trabaja, se levanta a la una y media del mediodía y sólo esperan de él que cumpla dieciocho años para echarle de casa. Tristemente va siendo esto tan frecuente que podría haber sido casi cualquier otra tarde.
Hoy hace trece años que me ordenaron sacerdote (felicidades a todo mi curso), y muchas veces me siento como ese niño malcriado que hace la vida imposible a sus padres. Pero, siendo sincero, creo que he sido yo quien le ha dado las bofetadas a su Dios, no temo que me echen de casa, pero me duele oír esa pregunta: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?.” Pues creo que no, que no le conozco y albergo, en el fondo del corazón, no creer que le conozco nunca del todo.
Cada día, sea el pecador más pertinaz o el santo más grande de nuestro tiempo, repite antes de comulgar (y estamos en año eucarístico, que con tantas noticias puede olvidársenos): “Señor, no soy digno de que entres en mi casa. “ Si alguno dijese: “Yo sí, yo sí soy digno, que suerte tiene Jesús de estar conmigo,” le tacharíamos de loco o nos reiríamos de su presunción. En estos trece años Dios no ha dejado de sorprenderme cada día. Pocas veces he hecho lo que he querido o he estado donde me ha dado la gana, no he sido dueño de mi tiempo ni he podido elegir mis horarios ni mis compañías. Pero estoy convencido que si me hubieran dado a elegir entonces “hubiera malogrado mi adhesión a la fe.” Habría hecho un sacerdocio y una fe a mi medida y, me guste o no, yo soy muy bajito comparado con Cristo.
Por eso no me importa el no conocer del todo a Cristo, aunque llevemos mucho tiempo juntos (o, mejor dicho, Él junto a mí). Pues cada día Dios me sorprende, me asombro ante su misericordia, ante -en frase de un amigo mío-, lo bien que hace Dios las cosas, aunque yo lo haga tan mal. Al Señor no puedo controlarlo, dominarlo, ordenarle que haga lo que yo quiera. Es Él quien toma la iniciativa, quien hace lo que le da la gana y quiere contar con sus hijos, por muy inaguantables que sean. Me asombro de su paciencia, que como nos decía Benedicto XVI : “El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.” Y qué paciencia tiene conmigo. No conozco lo que Dios hace por mi medio (si es que se pudiese considerar poco los sacramentos), ni la de gracias que me concede cada día.
Y aunque no llego a conocerle, confío. Confío plenamente en el Señor. Soy consciente de mi debilidad, de mi miseria y de mi inconstancia, pero espero, como Felipe y Santiago dar mi vida por ese querido desconocido.
Santa María, madre de los sacerdotes, guárdanos a todos bajo tu manto y que no hartemos a Dios aunque seamos unos “malcriados.” Hoy se agradece una oración.