Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11; Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11; san Juan 17, 20-26

Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti,

“Los que crean en mí por la palabra de ellos”. Es impresionante esta facultad que da Jesús a la predicación de sus discípulos: Habrá quienes conocerán la salvación por lo que prediquen sus discípulos. La fe se va a trasmitir, una vez se ha marchado Jesús a los cielos en la Ascensión, a través de la predicación de los apóstoles.

El número 20 de la “Lumen Gentium” ratifica, como no podía ser de otra manera, estas palabras del Evangelio de san Juan: “la misión divina, confiada por Cristo a los Apóstoles, ha de durar hasta el fin del mundo (cfr. Mt 28, 20), puesto que el Evangelio que ellos deben propagar es en cualquier tiempo el principio de toda vida para la Iglesia. Por eso los Apóstoles se cuidaron de establecer sucesores en esa sociedad jerárquicamente organizada”

Esta misión de trasmitir la Palabra de Dios la tienen en la Iglesia todos los cristianos -clérigos y laicos-, pero en primer término los Obispos, sucesores de los Apóstoles de modo directo. Por eso, en este mismo número 20 de la “Lumen Gentium”, se dice de modo expreso: “Este sagrado Sínodo enseña que los Obispos han sucedido por institución divina a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, de modo que quien los escucha, escucha a Cristo y a quien le envió (cfr. Lc 10, 15)”.

“Creen en mi por la palabra de ellos” dice el Evangelio de hoy. Es maravillosamente divino este proceder de Cristo. Quizá estamos acostumbrados a que Dios haya querido dejar en manos de los hombres tantas misiones importantes, y esto haga que se nos pase inadvertida la grandeza de la misión. No sólo deja en nuestras manos Dios esta misión que estamos considerando de la transmisión de la fe (en realidad, desde después de la Ascensión, todos creemos “por la palabra de ellos”), sino tantas otras misiones, por ejemplo, la cooperación en la creación de nuevos seres: “creced y multiplicaros, henchid la faz de la tierra”, dice el Génesis. Los padres cristianos van a ser “trasmisores de la vida”

Ponía este ejemplo por no referirme, como es habitual, a las misiones propias de los Obispos y sacerdotes. Así, por ejemplo, en la confesión Dios le da a su discípulo un poder tremendo: “a quienes les perdonéis los pecados, les serán perdonados”; o en la eucaristía: “haced esto en conmemoración mía”, o en el bautismo: “bautizadles en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo”. Pero este poder que Dios da al hombre debe de ser para nosotros un estímulo para ser buenos instrumentos: estar siempre en gracia de Dios, hacer oración para comprender mejor los misterios del Reino de los Cielos, participar también en la Eucaristía para que el sarmiento -cada uno de nosotros- esté siempre unido a la Vid, que es Cristo.